ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | Cavilaciones de un catalanohablante
7113
post-template-default,single,single-post,postid-7113,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive
Mané Espinosa

11 nov 2021 Cavilaciones de un catalanohablante

Los datos indican que el uso de la lengua catalana retrocede en el ámbito educativo, entre alumnos y profesores. De sopetón, hemos descubierto una realidad que parece muy complicada. La primera pregunta es sencilla: ¿por qué hay niños y adolescentes (incluso hijos de familias catalanohablantes) que abandonan el catalán, hasta convertirlo en algo extraño a su día a día? Las respuestas habituales ya las conozco (predominio del castellano en el mundo del ocio, las redes y las subculturas juveniles) y no niego que tengan mucho peso, pero hay algo más, ciertos factores que quizá da pereza abordar, porque tienen que ver con conceptos que son delicados y parecen pasados de moda.
 
Antes de continuar con mis cavilaciones, quiero hacer un poco de historia familiar. Todos los hablantes tenemos una relación personal con las lenguas que sentimos propias o utilizamos con más o menos eficacia. Soy hijo de una catalanohablante y de un castellanohablante que, siendo joven, abrazó el catalán a través de las amistades y las aficiones, como el teatro amateur, que podía representar algunas piezas en catalán, toleradas por el régimen. Bajo la dictadura, mi padre –que habla en castellano con sus hermanos– hizo una especie de inmersión sin darse cuenta. En casa de mis padres, el catalán era el idioma habitual, no así en casa de mis abuelos paternos, que lo hacían todo en castellano pero entendían la lengua de mi madre.
 
Mis padres me apuntaron a una pequeña escuela de pedagogía activa que, aprovechando las rendijas del tardofranquismo, daba todas las clases en catalán; fue una decisión práctica, nada política: era el colegio más cercano a casa. No he tenido nunca problema alguno para trabajar en ambos idiomas. Aunque pienso en catalán, me considero un bilingüe de libro, un caso que demuestra que estudiar en catalán y provenir de un entorno catala­nohablante no te hace impermeable al castellano, ni en broma (contra lo que dicen algunos).
 
Vuelvo a las cavilaciones. Ninguna lengua es solo un medio para comunicarse, obviedad que ahora algunos quieren esconder. Quizá solo con excepción del globish (este inglés que muchos hablamos como podemos), todos los idiomas son también un signo de identidad. Que las lenguas sean identitarias no es ni bueno ni malo, es una realidad que, si hacemos caso al sabio políglota George Steiner, implica riqueza para toda la humanidad; por eso, la muerte de cualquier lengua es una pérdida también para aquellos que no somos hablantes de esta. Las lenguas multiplican las visiones del mundo, es notorio que aprender un idioma es redescubrir lo que nos rodea.
 

Hablar catalán en determinados entornos y situaciones obliga a ser un militante, algo muy pesado

 
Los hablantes elegimos (cuando podemos) qué lengua utilizamos en cada situación y esta selección, en el caso catalán, tiene que ver con inercias pero también con lo que los modernos denominaban la conciencia. Fruto de mi conciencia lingüística, intento practicar siempre en Catalunya el bilingüismo pasivo (cada interlocutor habla su idioma materno porque los dos conocen el del otro), pero hay momentos en que eso no es posible y cambio sin ­problema.
 
Dicho esto y saliendo de mi experiencia, sería tramposo negar que, muchas veces, hablar catalán exige un plus de motivación que, en general, no exige el hablar castellano en Catalunya, donde las inercias juegan a favor del idioma más fuerte demográficamente. He escrito motivación y no militancia, porque esta palabra tiene connotaciones antipáticas, pero no quiero engañar al lector: hablar catalán, en determinados entornos y situaciones, obliga a ser un militante, algo muy pesado. Y este es un gran problema, porque nadie quiere tener que justificarse constantemente. En 1982, ser militante no estaba mal visto, por eso la inmersión contó con la complicidad de fa­milias castellanohablantes cuando arrancó en una escuela de Santa Coloma de Gramenet. Hoy, el espíritu de los tiempos invita al hablante de la lengua más débil a replegarse. Hemos olvidado que los lazos emocionales con un idioma pueden debilitarse o romperse, como ha escrito Salvador Cardús.
 
Algunos consideran que todo esto es una consecuencia del crecimiento del independentismo y de un partido españo­lista como Cs; no digo que el procés no haya modificado algunas actitudes, pero el extrañamiento que muchos niños y jóvenes sienten hoy ante el catalán parece prepo­lítico, tanto como el acercamiento que ­hizo mi padre a la lengua del teatro de Josep Maria de Sagarra en los tristes años cincuenta.

Etiquetas: