29 oct 2000 Duran i Lleida – El torero enamorat de la lluna
El presidente del comité́ de gobierno de Unió y actual conseller de Governació de la Generalitat ha dado un paso más como postulante a la sucesión de Jordi Pujol en el liderazgo de CiU. El pasado miércoles, Josep Antoni Duran Lleida, de 48 años, pronunció una conferencia en la que, ante destacadas personalidades de la vida política, social y cultural, propugnó un “nuevo proyecto” catalanista, “por el que daré́ – afirmó– todo lo que sea capaz de dar”. El momento coincide con la polémica desatada por el caso Pallerols.Cuando las crónicas que los tiempos venideros han de leer citen el nombre de Josep Antoni Duran Lleida lo calificaran de truhán o de señor, veremos. Pero todas deberán reconocer que este político hizo un milagro. Y no por ser democristiano. Más bien fue al revés. Acabó democristiano porque el milagro le salió́ bien. Éste consistió́ en la resurrección, multiplicación y consagración de un viejo y pequeño partido que, nacido en los años treinta, llegó a la nueva democracia con nada en los bolsillos. Nada pura y dura, excepto el patrimonio intachable de haber sido fiel a la Segunda República, a Cataluña y al humanismo cristiano. Caro lo pagaron sus dirigentes históricos, tragados con más olvido que compasión entre eso que gustan de llamar las dos Españas. Los unos les habían matado por ser católicos y los otros por ser catalanistas y progresistas. Los fundadores de Unió́ Democràtica de Catalunya (UDC) se adelantaron a su época.
El que no se adelantó ni se retrasó a su tiempo –hasta hoy– fue Duran cuando intuyó que podía convertir Unió́ en algo útil. Sobre todo para su carrera. Al fin y al cabo, su ambición necesitaba una marca seria y con pedigrí́. Esta visión de la jugada es el gran momento de quien llamaban Pepitu en su pueblo natal de Alcampell (Huesca). Sus colaboradores más cercanos le reconocen que hoy sigue teniendo esta clarividencia estratégica. La apuesta por él mismo culminó con su elección como presidente del comité́ de gobierno de su partido en 1987. Lo había conseguido.
Los que recuerdan su ingreso en la casa, en 1974, dicen del personaje que llamó a la puerta con la típica cara de aspirante a torero. El zagal con hambre de fama que llega a la gran ciudad, con la maleta de cartón a la espalda. Los viejos próceres democristianos quedaron sorprendidos del empuje de aquel desconocido de la Franja. El resto ya fue coser y cantar. Duran es el gran torero de la política catalana. Un diestro que empezó́ de novillero y que muy rápido y seguro llegó a doctorarse en la Maestranza. Hasta aquí́ nada falló.
Pero Duran tenía y tiene un sueño insistente, una quimera que le sale por los poros y le azora los ratos. Hace veinte años y un siglo que está enamorado de la luna y quiere tocarla. No se resigna a que la luna sea de otros. Su particular luna de Valencia es ser el amo de la finca, de toda. El torero sueña con retirarse como ganadero tras la gran corrida. Quizás tuvo una visión de pequeño, cuando iba en bicicleta en medio de la niebla:
–Pepitu –le dijo un genio verde que salió́ de entre los matorrales– tu destino está en suceder al líder, tú llegarás, mi niño.
Y Pepitu ha trabajado sin cesar para que el día de tomar la luna se precipite. Claro que, ahora, debe procurar que ese día ansiado no le caiga encima y le aplaste. Las cosas en el seno de la coalición de CiU pueden recalentarse “versus” el punto cero del caos, donde todas las estrategias se resumen en un doble axioma: salvar los trastos y que el último apague la luz. Además, Duran sabe que su partido nunca se ha medido en solitario en las urnas, y que su anclaje social es, por eso mismo, algo virtual.
Con todo, hay un optimismo adusto en este dirigente. Duran se ve capaz de representar el papel de Pujol en el escenario de un mitin. Es un profesional de la representación y conoce sus límites y virtudes. Desde hace años, toca compulsivamente los resortes de la política mediática y también el de los contactos discretos, la política artesanal fuera de los focos. El democristiano se ve regularmente con agentes sociales, con adversarios, con nombres de la escena internacional. Esos que hablan bien de él. Representar y no ser, esta es la cuestión. Su credo lo resumió́ el otro día en un discurso tan exageradamente solemne que parecía el de esos presidentes yanquis de los filmes donde la tierra va a ser destruida por un terrible meteorito:
–Creo en una Cataluña preparada para un nuevo renacimiento, un nuevo amanecer.
Y añadió́ –sin que nadie se lo preguntara– que no quiere ser ministro, mientras pasaba de puntillas sobre el asunto de la corrupción. Para acelerar su conquista de la luna, Duran ha empezado a quemar algunas palabras y algunos dogmas que otros ya han quemado antes (el mismo Pujol) , a ver si este fuego le impulsa hacia arriba. Y eso que le da miedo volar. Habla de nuevo proyecto pero deberíamos saber hasta qué punto él ha sido corresponsable del “viejo”.
Frío con sus colaboradores, gusta de mantener una capa impenetrable ante el interlocutor. Amante del gimnasio y de los buenos placeres, se permite filias y fobias demasiado viscerales para alguien tan profesional. Exhibe arrojo y eficacia, aunque hasta hace pocos meses nunca había gobernado. Por fin sabe que será́ el primer torero que participe en una pelea de gallos