24 feb 2002 (Español) Manuela de Madre – Princesa de Brooklyn
La alcaldesa de Santa Coloma de Gramenet se toma un paréntesis en su cargopara dedicar tiempo a su salud. A sus 47 años y tras casi 11 en el puesto, representa la continuidad del socialismo municipal que, alumbrado en la etapa de González, sigue con responsabilidades en la nueva etapa de Zapatero. Dotada de gran facilidad de comunicación, esta delineante que también está en el Parlament y en la dirección del partido es la imagen de una doctrina que puede ser proclamada por el patio de luces
A Pujol le gusta Manuela de Madre Ortega, pero a la alcaldesa de Santa Coloma siempre le han gustado más González, Guerra y –por poco tiempo– Borrell. DeMaragall ha dicho pocos piropos. Son cosas de la política, una forma de amor tan sutil como persistente. Si no, que se lo digan a su público, que la aclama con esa entrega especial que los barrios reservan sólo a sus ídolos deportivos. Ésta es una de las señoras políticas que más saben seducir a sus interlocutores, sea en un mitin atronador o en una reposada charla de sofá. Siempre con esa mezcla especial que tienen las chicas listas pero buenas que saben a donde van, mitad respondonas mitad pizpiretas, mitad guerreras mitad frágiles. Nada se le escapa y nada la acogota. Por eso no le ha sido fácil tomarse un tiempo de calma para cuidar más y mejor de su salud.
Nació en Huelva, llegó a Santa Coloma a los 12 años y aprendió catalán de dependienta en un puesto del mercado del Estel, pero tiene pinta de ser una chica del barrio neoyorquino de Brooklyn, a la que Woody Allen habría metido en fotogramas para animar el argumento. Una Annie Hall con la rosa en el puño.
Entró en el PSC desde la Federación Catalana del PSOE, influida por la tradición familiar y entornos sindicales, y movida por su compromiso social de raíces cristianas. Con ese espíritu, dedicó parte de su adolescencia a cuidar niños en el Cotolengo y llegó a pensar en ir de misionera a África. Para una princesa del Brooklyn periférico barcelonés, que había querido ser bailarina de pequeña, también había mucho trabajo en una de las ciudades que mejor representan el crisol de la nueva catalanidad forjada con la emigración de los años cincuenta y sesenta.
En 1982 fue la diputada a Cortes más joven de la mayoría absoluta socialista. Lucía palmito con vaqueros dentro del Congreso, cual hada feliz y curiosa del extrarradio. Pero su destino de princesa de los capitanes socialistas pasaba por destronar de la alcaldía al cura comunista y pujolista Lluís Hernández. Aquel fue un duelo digno de “Dragones y Mazmorras”, con pasión y magia, también con mala sombra. A partir de entonces, creció la leyenda de la alcaldesa trabajadora y besucona, populista y habilidosa, la energética autodefinida como “guerrista que se renueva cada día”, pero felipista de entraña y siempre. Anunció que quería olvidar el tono marginal de su antecesor en la alcaldía y poner su ciudad de moda.
El naufragio de la etapa final de los gobiernos de González le sentó fatal, porque las princesas de barrio tienen muy bien puesto el honor de ser socialistas y el orgullo de ser de un sitio. Se lo contó a Lluís Amiguet: “Felipe lo era todo y con él hicimos grandes cosas, pero cuando todo se hundía en la corrupción, ¡deseé que perdiéramos para dejar de avergonzarme!”.
De Madre sabe ser sincera, sin duda. Del desamor felipista, y, tras el patinazo de Borrell y la derrota de Almunia, los capitanes del PSC salieron con los ojos enrojecidos de los que se han pasado la tarde en el cine viendo “Los crímenes del Dr. Mabuse”. Pero, a la larga, también salieron reforzados y con el timón del partido en las manos.
Por saber defender su plaza y por sus buenas relaciones con varios sectores y líderes de peso, De Madre estuvo en la gestora que llevó a un PSOE despanzurrado hasta el congreso del reflote, que escogió a Zapatero. Su actuación en este proceso fue alabada por todos. Ya se sabe que las princesas, con un solo beso tiempo, pueden convertir al sapo en príncipe.