21 sep 2011 Cap on va la transició de Mas?
Algunos, vagamente interesados en nuestra vida pública, me han hecho, últimamente, una pregunta que intentaré responder en este papel, provisionalmente, como todo en periodismo: ¿Adónde va la transición que ha anunciado Artur Mas? Durante el acto oficial del Onze de Setembre, el president se refirió a este asunto con frases como la siguiente: «La transición nacional ya ha empezado». No era la primera vez que el líder de CiU tocaba la cuestión, ya lo había hecho en el Parlament durante su investidura, el 20 de diciembre del año pasado: «Hablo de transición, no de revolución. Y como toda transición, hay que hacerla de manera democrática, pacífica, y sobre grandes consensos interiores».
La idea de transición catalana provoca diversas reacciones. Están los que piensan que Mas es exageradamente ambiguo porque «no se moja, igual que hacía Pujol». Después están los que mantienen que Mas es un lobo con piel de cordero «que nos quiere vender la independencia sin mencionar la palabra maldita para que no se asusten los que no quieren experimentos». Y, finalmente, están –me interesan mucho– los que creen que Mas no sabe qué hace «porque los que gobiernan tienen la obligación de decir claramente cuál es la ruta por donde pasar».
No nos precipitemos. Una transición es –me fío del María Moliner– el «estado intermedio entre el primitivo y el estado a que se llega en un cambio». Retengámoslo. La transición española fue, como todos sabemos, el paso de un sistema dictatorial a un sistema democrático. La transición catalana que Mas pone sobre la mesa es sólo, por ahora, una etiqueta que permite muchas interpretaciones, incluso opuestas. De entrada, podemos ponernos de acuerdo en un punto, eso sí: esta transición sería el paso del actual marco autonómico a otro estadio político-territorial para Catalunya. ¿Cuál? Aquí empiezan las discrepancias. La respuesta inmediata, fácil y mecánica es «la independencia». El ambiente del mundo catalanista invita hoy a contestar esto sin darle más vueltas. Para rematar, cabe recordar que Mas, siendo ya president, votó a favor de la independencia, en la consulta popular que tuvo lugar en Barcelona el pasado abril. Con todo, me inclino a pensar que el discurso del president sobre una transición pide punta fina. Me explico.
Mas, como cualquier persona atenta a la calle, detecta lo que las encuestas también registran: el mundo catalanista se está moviendo todo él hacia posiciones soberanistas y, a la vez, crece, poco a poco, el apoyo social a la hipótesis independentista como solución a los problemas estructurales de orden político, cultural y, sobre todo, económico que sufre este país. Todo esto, sin embargo, no se traduce, de momento, en un gran crecimiento electoral de las opciones que abogan por la secesión. En definitiva, el independentismo no es mayoritario pero ya no es extraño a la centralidad social y, además, tiñe amplios sectores de votantes no sólo de ERC, también de CiU y algunas franjas que votan o han votado PSC e ICV. Hasta aquí, la fotografía de una parte importante de la nación, no de toda; en eso no podemos hacernos trampas. Este es el contexto al que se dirige el presidente.
CiU, que es la formación con más responsabilidades de gobierno en estos momentos, ocupa un espacio socioelectoral muy grande, una plaza donde se encuentran ciudadanos favorables y contrarios a la independencia, como también de centro-izquierda y de centro-derecha. Eso hace que CiU esté atravesada de manera constante, más que cualquier otra fuerza, por las tensiones y contradicciones de una sociedad plural que constata las insuficiencias de la vía autonomista pero que no acaba de tener –por lo visto– energías suficientes para forjar un gran consenso civil sobre un proyecto alternativo. En esta tierra de nadie, en este purgatorio nacional, es donde Mas clava su idea de transición, que debe leerse siempre junto a la propuesta estrella de su mandato –esta sí concreta–, que consiste en conseguir de Madrid un trato equivalente al concierto de vascos y navarros. En resumen: Mas no define la meta de esta transición porque lidera un partido que no puede ni quiere correr más que el grueso central de la sociedad y, por lo tanto, no puede ofrecer un diseño cerrado, porque quiere sumar. Se trata, Mas lo reiteró en su investidura, «de evitar dividir la sociedad catalana en dos mitades, con el riesgo de fractura social y nacional que eso comporta». La clave es abrazar el máximo de complicidades, como así lo consigue al reclamar un pacto fiscal. Del pujolismo, Mas sólo coge lo que le permite ser ambicioso sin descarrilar, e ir avanzando como los portugueses que cartografiaban la costa africana a medida que la iban descubriendo.
«No se puede ir a ningún sitio cuando no se sabe a dónde se va», me replica un amigo que piensa que la política tiene que ser como una jugada de fútbol dibujada en la pizarra del entrenador. «La propuesta de concierto contradice el mensaje de una transición hacia más libertad y poder», añade. Mi amigo no ha entendido que la política democrática es un diálogo permanente entre liderazgos atentos y dinámicas sociales no siempre previsibles, inducidas por varias corrientes que crean momentos de oportunidad. Y tampoco ha comprendido que Mas ya empuja la transición cuando levanta la bandera de un pacto fiscal. Más allá de los resultados del 20-N y de lo que Rajoy quiera hacer con Catalunya, y teniendo claro que las soberanías en Europa han dejado ser lo que eran, yo me quedo con una frase de Mas que ilustra que toda transición es una tarea abierta y colectiva: «Catalunya es una idea construida con los sueños, los anhelos y el trabajo de mujeres y hombres concretos».