17 nov 2011 Ratlla vermella
En campaña se abusa de todo: de la demagogia y de la mala sombra. También de la simplificación y del insulto. Con el desafortunado anuncio del maniquí médico tocamos fondo. Pero siempre se puede ir más allá. Desde determinados entornos, se ha hecho circular que el president Mas o el candidato Duran Lleida (hay las dos versiones de la fábula) mandaron abrir una planta del hospital Vall d’Hebron a fin de que les hicieran una radiografía. Este rumor ha sido desmentido oficialmente, pero, a pesar de eso, hay quien todavía lo repite, sobre todo en las redes sociales. La cuestión es lanzar porquería al adversario y hacerlo a propósito de asuntos delicados, como la sanidad, que preocupan de manera especial a la ciudadanía.
Pisar la línea roja es fácil. Basta con dejar caer el rumor. La difamación acostumbra a salir gratis, porque la acumulación de falsedades, medias verdades, insinuaciones sin pruebas y otras miserias impide devolver, como tocaría, todos los balones. Podríamos hablar de cinismo y de irresponsabilidad, también de pura estupidez. Y el ambiente se hace irrespirable y el debate de ideas se convierte en un estercolero.
Hay quien se indigna cuando la mentira proviene de la caverna de la derecha pero, en cambio, celebra y repite las historietas que la izquierda más auténtica difunde como verídicas. Supongo que la superioridad moral que algunos creen tener da alas para eso y más. Toda difamación, salga de donde salga, me da el mismo asco. No creo en partidos de buenos y de malos.