23 nov 2011 Missió catalanista a Madrid
La sociedad catalana ha querido que la primera formación representativa del país en el Congreso de los Diputados sea CiU, la federación que articula el nacionalismo catalán mayoritario y que, hoy por hoy, gobierna la Generalitat, las diputaciones y la mayoría de los ayuntamientos. Nunca, hasta ahora, los nacionalistas habían quedado primeros en unas elecciones legislativas, este era un lugar que los socialistas conservaban sin mucho esfuerzo, vista la dificultad de penetración del PP entre el electorado catalán. Pero los tiempos están cambiando. Tres fenómenos suceden de forma simultánea: hundimiento agudo del PSC; ascenso de los populares en el área metropolitana tradicionalmente de izquierdas, pero menos de lo que querrían y se esperaban, y recuperación continuada de CiU, que se convierte, como ya había sido en la primera etapa de Pujol, en la opción que reúne a electores de todo tipo, ahora bajo el paraguas del soberanismo fiscal.
La pregunta del millón es obvia: ¿Se podrá hacer algo en Madrid cuando el PP pueda utilizar el rodillo con comodidad? La presidenta de los populares catalanes ha advertido que CiU «no será determinante» en la gobernabilidad española mientras los populares sí lo son en el Parlament. Con los números en la mano eso es innegable: Rajoy dispone de una mayoría absoluta que le permite hacer a su aire, mientras Mas necesita trenzar alianzas para sacar adelante sus políticas, recuerden que le faltan seis diputados para disfrutar de una situación como la del nuevo presidente español. ¿Por qué esta manía de Sánchez-Camacho en remarcar que los dieciséis diputados encabezados por Duran no contarán? ¿Y por qué, en cambio, más de un millón de ciudadanos han pensado que ahora, precisamente ahora que todas las encuestas indicaban que habría un tsunami del PP, había que dar la confianza a unas siglas que no son sucursal de nada y tienen experiencia en negociar?
Definir la misión catalanista en Madrid es la clave de todo. Según el programa ganador entre los votantes catalanes, el objetivo es arrancar del poder central un nuevo pacto fiscal que suponga unos resultados similares a lo que representa el concierto económico en el País Vasco y Navarra. A diferencia de lo que pasó en 1996, cuando un Aznar de subida necesitaba la colaboración de Pujol y del PNV, en este momento todo dependería sólo de la voluntad de Rajoy de demostrar que no quiere gobernar contra Catalunya ni marginar al tercer grupo del Congreso, en un momento de crisis en que, por muchos diputados que tenga, está solo ante el peligro.
El soberanismo fiscal de CiU tiene un amplio apoyo civil porque es una cuestión de supervivencia más que de identidad en un sentido clásico. Sin plata, la autonomía y la sociedad se paralizan. Encima, parece que sólo Catalunya esté haciendo sacrificios hoy en las Españas. Por eso hay muchos votantes del PSC y del PP que están a favor de algo parecido al concierto.
¿Qué catalán –lleve barretina o no– entiende esta rara solidaridad interterritorial que hace que Catalunya pierda posiciones a pesar de su riqueza? El déficit fiscal catalán es una realidad que la gente puede comprender, hable la lengua que hable. Para rematar, la crisis incrementa el sentimiento de agravio y de injusticia, y pone de relieve que sufrimos una asfixia estructural que Madrid impone a quien siempre tira del carro. Lo saben el obrero y el empresario, el agricultor y el comerciante, el funcionario y el profesional liberal. Todos ponen más de lo que reciben. Ahora han dicho «basta».
La misión de CiU está clara pero no es fácil de ejecutar: ser el partido de Catalunya cuando el PP es el gran partido de España. No cuesta ver aquí un eventual «choque de trenes». Con todo, hay voces próximas a los populares que insinúan que Rajoy querrá encontrar un sistema que permita calmar los ánimos de Catalunya sin que la caja común reviente. Ya lo veremos. En todo caso, los asesores que llegarán a la Moncloa tendrían que saber que no podrán ofrecer un sucedáneo ni un placebo, sobre todo porque la misma CiU que da la cara sobre los recortes no podría abonar en Madrid una maniobra que no abordara seriamente el problema de la financiación; para trapicheos ya tuvimos los del tripartito de la mano de Zapatero, y estamos como estamos. Si Rajoy quiere negociar, debe olvidar la cosmética y los juegos de manos.
Por suerte, Mas y Duran ya han visto cómo Madrid agradece los gestos de diálogo y buena predisposición. Los cheques en blanco forman parte de otra época, por eso CiU debe trabajar a medio plazo y, a diferencia de lo que hizo el año 2000, no puede votar la investidura de Rajoy. Alguien puede argumentar que Mas necesita a los populares para aprobar los presupuestos del 2012 y que este es un dato muy consistente. No hay que precipitarse. ERC ha hecho una oferta de colaboración, los socialistas quizás reaccionen ante el abismo y, en caso de bloqueo, el president siempre puede optar por un camino que ha dejado entrever alguna vez: convocar nuevas elecciones. ¿Alguien duda de que, si llega el caso, Mas podría mejorar los resultados que obtuvo en noviembre del año pasado? Catalunya ha votado de manera muy diferente porque es una nación, guste o no. Y la nación encarga a CiU algo importante que hacer en Madrid. Si Rajoy no escucha, el soberanismo ya no será sólo fiscal.