05 dic 2011 Funcionaris, a la guerra
Si no lo he entendido mal, el president Mas hace lo que nadie se ha atrevido a hacer todavía en las Españas por dos motivos: para demostrar que Catalunya es una nación seria que hace los deberes y porque, como se nos avisó la semana pasada, el Govern de la Generalitat tendrá problemas de tesorería sin los 750 millones de euros que había prometido Zapatero. El líder de CiU demuestra que la ética de la convicción y la de la responsabilidad pueden coincidir alguna vez, aunque eso no acostumbra a verse mucho en nuestras democracias, demasiado prisioneras del corto plazo. Que el presidente de Catalunya gobierne con determinación y sin miedo a las protestas gremiales es una actitud que regenera la política, lo cual es digno de subrayarse cuando en Europa hay quien piensa que los tecnócratas nos salvarán.
La segunda oleada de ajustes que impulsa el Ejecutivo Mas pide sacrificios a los funcionarios, y estos, mediante sus sindicatos, ya han dicho que consideran que los gobernantes democráticos del país les han declarado «la guerra». Los empleados públicos tienen todo el derecho a defender sus intereses, obviamente. Pero deberán ser prudentes a la hora de tensar la cuerda, para que no les salga el tiro por la culata en un momento en que la mayoría de los ciudadanos –que son asalariados del sector privado– ya lleva mucho tiempo padeciendo las consecuencias de la crisis. Los funcionarios saben que fuera de la administración hace más frío y que allí la capacidad de presión del trabajador es muy menor, sobre todo cuando la amenaza del paro no es un mero recurso retórico para meter miedo en la mesa de negociación.
Tengo un gran respeto por los empleados de la función pública y no considero que, como dice el tópico, sean indolentes e irresponsables. Esta mirada es injusta. Dicho esto, debemos ser fieles a la verdad y admitir que los funcionarios tienen, como mínimo y en general, dos grandes ventajas: sus lugares de trabajo quedan al abrigo de las sacudidas del mercado, y disfrutan de complementos poco o nunca vistos fuera de la administración. Que se utilice la palabra «privilegios» no les gusta. Sin embargo, la sensación es que los empleados públicos disfrutan de una incertidumbre menor sobre el futuro, y eso vale mucho. El vecino del funcionario lleva meses angustiado porque ya se ve en la cola del paro.
En ciertos discursos sindicales sobre los recortes se adivina aquella actitud que Bernard Crick describe en su obligado libro En defensa de la política. El funcionario cree que su trabajo se ve «continuamente frustrado por las intromisiones de los políticos» cuando él sabe mejor, por su experiencia, lo que hay que hacer. Si no van con cuidado, en esta guerra, los funcionarios se quedarán solos. Podrán hacer manifestaciones y parar algunos servicios; sin embargo –me apuesto lo que quieran–, perderán estrepitosamente la batalla de la opinión pública.