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Francesc-Marc Álvaro | Chaves Nogales, ara mateix
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23 may 2012 Chaves Nogales, ara mateix

El éxito de los neonazis en las últimas elecciones de Grecia ha demostrado que sigue siendo válida aquella regla según la cual el mal tiempo atrae a los bárbaros. Con más o menos habilidad para asumir formalmente las reglas del sistema democrático y aprovecharse del mismo, los populismos extremistas avanzan en varios estados europeos, especialmente los que hacen bandera de programas xenófobos, racistas y contrarios a una sociedad abierta, plural y basada en los derechos humanos. Algunos, como los griegos de Aurora Dorada, no disimulan su talante violento y resultan grotescos en su puesta en escena. Otros, como los franceses del Frente Nacional, han ido sofisticando y suavizando su mensaje y su marketing, para ir conquistando franjas de electorado.

En muchos lugares del Viejo Continente, los ultras marcan fuertemente la agenda o lo intentan con obstinación y un gran activismo, en la calle y las redes sociales. Además de Francia, esto ocurre en Polonia, Austria, Suiza, Noruega, Finlandia, Hungría, Holanda, Bélgica, Dinamarca y Bulgaria. Todos los partidos de la derecha extrema no son iguales, pero todos ellos se presentan como «la voz del pueblo» contra un establishment que acusan de «corrupto», todos tienen una idea estática y purista de la identidad y todos denuncian la globalización y la UE. Son partidos muy activos en los barrios y aprovechan la crisis para llegar a la gente mediante el apoyo a los más necesitados entre los ciudadanos autóctonos: parados, viejos, enfermos, jóvenes en riesgo de exclusión, etcétera.

La pregunta es obligada: ¿Estamos ante un paisaje parecido al que propició, durante los años treinta, el ascenso del fascismo, del nazismo y de sus imitadores? La historia nunca se repite completamente y eso nos puede tranquilizar, pero el presente también puede copiar algunas coordenadas del pasado, de manera más fiel de lo que parece. Pensaba en esta posibilidad al leer las magníficas crónicas que el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales -una de las firmas más brillantes de la etapa republicana- envió al diario madrileño Ahora en mayo de 1933 desde Alemania, reunidas en un volumen titulado Bajo el signo de la esvástica y editado por Almuzara.

Prodigio de agudeza observadora, de análisis sociológico a pie de calle y de agilidad narrativa, las piezas de Chaves Nogales constituyen unos magistrales apuntes del natural sobre la sociedad que recientemente había sido seducida por el liderazgo de Hitler. Como demócrata, liberal y republicano, Manuel Chaves Nogales no disimula mucho su disgusto ante lo que ve y escucha, pero trata de entender afinadamente los mecanismos que han provocado aquella situación. He encontrado tres fragmentos de sus crónicas que pueden iluminar nuestra actualidad. Son lecciones que refrescan nuestra memoria colectiva del horror.

Hace 79 años, igual que hoy, los enemigos de la democracia y las libertades también pretendían ser modernos, anticonvencionales y anticonservadores. Abjuraban, como hacen ahora, del presente y planteaban su lucha en términos de sustitución generacional: «El nacionalsocialismo es, indudablemente, un movimiento reaccionario, pero no como se lo imaginan los reaccionarios españoles. Hablad a un joven nazi de las buenas cualidades de sus mayores, y veréis qué infinito desprecio siente por ellos, cómo los odia. ¿El pasado? Un tejido de errores. ¿El káiser Guillermo? Un viejo cobardón que le tenia miedo a la guerra».

Hace 79 años, igual que hoy, había sectores sociales y personas más predispuestas que otras a tragarse ideologías y creencias esquemáticas que ofrecen esperanza de todo a cien, a cambio de un fanatismo ciego y de una obediencia total al caudillo de turno: «Son millares y millares los comunistas de hace unos años que hoy se hallan convertidos al nacionalsocialismo sin que les quepa en la cabeza que han saltado limpiamente de un mundo a otro, considerándolo como una evolución natural». Esta peculiar mutación se ha repetido en Francia y varios estados del centro y este de Europa.

Hace 79 años, igual que hoy, no hacía falta que el gran demagogo dispuesto a prender fuego al sistema fuera un personaje especialmente brillante, bien preparado o con un prestigio ampliamente reconocido. Entonces -como ahora- bastaba con una combinación original de oportunismo, resentimiento, determinación, miedo, mentira y propaganda para convertir a cualquier mediocre en el puto amo: «Cada vez se ve con más claridad que para esta faena de gobernar dictatorialmente los pueblos no son precisas unas dotes excepcionales. Los grandes conductores de los pueblos que nos llegaban a través de la Historia se nos antojaban seres casi sobrenaturales. Ahora resulta que no; que un señor con gabardina que no acierta a pintar un cuadro decorosamente, puede, merced a unas circunstancias providenciales, convertirse en uno de los seres señeros de la Humanidad». El caso de Franco, uno que nosotros conocemos bien, abona la tesis del lúcido Chaves Nogales.

En resumidas cuentas, no estamos en los años treinta del siglo XX, pero no hay que bajar la guardia.

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