07 ago 2012 El marcià Usain Bolt
Ver o no ver los Juegos Olímpicos por la tele, he ahí la cuestión. Por suerte, una de las pruebas de atletismo más lucidas, la final de los 100 metros, no exige mucho rato de atención. Sentado junto al tío Baixamar, en un bar tranquilo donde tienen encendida la televisión sin sonido, contemplo el gran espectáculo: el jamaicano Usain Bolt gana la carrera con 9 segundos y 63 centésimas, un nuevo récord olímpico y sólo 5 centésimas más lento que su propio récord en el Mundial de Berlín en el 2009. Es fascinante.
Baixamar, que practicó el fútbol y el hockey patines cuando era joven, se pregunta por el sentido de todo esto: «¿Hasta dónde llegaremos? Queremos demostrar que el hombre puede romper todas las barreras físicas si se lo propone, ya lo sé. Es admirable, pero los chinos, con todas sus medallas, nos dicen que, a la hora de la verdad, esto sólo es una industria como cualquier otra, nada más: se fabrican campeones olímpicos como otros fabrican premios Nobel o bellezas para los concursos de misses». El tío tiende al escepticismo, siempre. Le replico que me parece que no tiene en cuenta que lo que vale es el esfuerzo individual y que es esta dimensión heroica la que nos cautiva. «¡Romántico, eres un romántico de andar por casa -salta Baixamar con su vehemencia- que todavía te crees las historias de Coubertin, no seas tan ingenuo, por Dios!». Tomo un poco de vino blanco y callo. Pienso en Samaranch. Pienso en los laboratorios-cuartel de atletas de los desaparecidos países comunistas.
Ayer al mediodía, pasé por casa de Baixamar, a probar un suquet que había cocinado el día anterior y que, con unas horas de reposo, todavía está más rico. Por la radio -mi amigo no tiene televisor- explicaban los detalles de la noticia de la llegada a Marte del vehículo explorador Curiosity, que debe aportar -aseguran los expertos- conocimiento muy valioso sobre el planeta rojo. No me privé de provocar un poco al tío. «¿Irías a Marte, si eso fuera posible?», dejé caer. Él aprovechó el momento para abrir una botella de cava y crear un silencio dramático. La respuesta: «No, porque, por lo que dicen, no hay nadie allí con quien pueda relacionarme y los paisajes sin gente no me interesan, el único espacio sin personas al cual siempre vuelvo es el mar, que no me cansa; soy poco sensible a la naturaleza despoblada; sin marcianos, Marte no me dice nada». Acto seguido, brindamos.
Entonces, aprovechando que la buena mesa amansa a la fiera, regresé a las proezas olímpicas, que Baixamar había despachado de mala gana. «¿No te parece que detrás de récords como el de Bolt y éxitos como el del Curiosity hay un mismo afán contra la resignación?». Nuevo trago y coda de Baixamar: «No, lo que hay es la maldita manía de ser como nosotros imaginamos que son los marcianos».