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Francesc-Marc Álvaro | Imperis i gintònics
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14 ago 2012 Imperis i gintònics

Comento con el tío Baixamar la polémica inglesa sobre el colonialismo de la cual informaba Andy Robinson ayer en La Vanguardia. Niall Ferguson defiende el impacto supuestamente beneficioso del imperio británico mientras otros historiadores, como Pankaj Mishra, recuerdan el sufrimiento y las injusticias que esta forma de dominio político y económico causó en millones de personas. ¿Un debate que parecía superado, verdad?

Todo eso coincide con la clausura de los Juegos Olímpicos de Londres, antigua metrópoli imperial que alcanzó su máximo esplendor durante la larga era victoriana. El tío y yo conversamos con un gin-tonic en la mano, el mejor material para enfocar este asunto, visto el origen colonial y británico de esta bebida que la moda reciente ha sofisticado hasta límites ridículos. «Hay imperios -afirma Baixamar- e imperios; no es lo mismo haber vivido bajo el imperio español, el francés o el británico, sólo hay que comparar las diversas naciones americanas». ¿Qué quiere decir mi amigo? ¿Acaso hay imperios mejores y peores? «No, lo que hay son imperialistas más inteligentes y menos bestias que otros, y eso acaba forjando un tipo u otro de sociedad». Sí. Pienso, por ejemplo, en el militarismo que ha lastrado a tantas naciones latinoamericanas.

Quien más o quien menos ha vivido o vive todavía hoy bajo algún imperio u otro. Hay quien piensa que la UE es una especie de imperio blando y flexible que, a raíz de la crisis de la eurozona, se puede transformar en un imperio más duro y más rígido para evitar el derrumbe. ¿Quién sabe? El tío Baixamar no dice que no. Él es de la generación que vibró con la película La batalla de Argel y estaba en contra de la OTAN hasta que González le convenció de que la mejor vacuna contra el fantasma del general Pavía la daba el tío Sam. El apoyo de la CIA a Pinochet quedó, pues, en el baúl de la guerra fría, sólo los viejos discos de Víctor Jara rascaban la herida. Pero el marinero veterano no ha perdido nunca la pasión por el western, la narrativa más popular del imperio. No es un integrista. Cada cosa en su sitio.

El gin-tonic lleva la reflexión hacia los terrenos de la política ficción. Baixamar ahí se encuentra a gusto: «Lástima que el imperio austrohúngaro se fue al garete, quizás era la gran solución, y también hubiéramos llegado a la Merkel, me apuesto lo que quieras». Sonrío. Los únicos imperios simpáticos son los de opereta, un mito idealizado de convivencias nacionales, felices danzas folklóricas y equilibrios diplomáticos tan discutible como lo del Toledo de las tres culturas.

Los chinos compran África entera mientras aquí tomamos gin-tonics mirando hacia Berlín y discutimos sobre el dolor del pasado. El nuevo Kipling hoy escribe en mandarín y esconde la bandera.

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