12 sep 2012 Carteres i banderes
El tópico, el prejuicio y algunas teorías afirman que, cuando las cosas van mal en el terreno del dinero y del empleo, la gente no está para discursos sobre lo que somos y lo que queremos ser. A raíz de la crisis económica, algunos profetas anunciaron, sin disimular una satisfacción enorme, que «la invención identitaria» y «la farsa nacionalista» tendrían los días contados porque las necesidades urgentes de los catalanes irían arrinconando lo que consideran una pseudoideología irracional, basada en tergiversaciones históricas, supersticiones medievales y cifras manipuladas. Los profetas de turno previeron que el catalanismo o nacionalismo catalán no tendría nada que hacer cuando la dura realidad económica y social dominara la agenda pública de nuestro país. Eso les excitó.
Estos profetas se han vuelto a equivocar. Como lo hicieron en 1980, 1989, 1992, 2003 y 2010. Siempre han tenido el mismo problema: analizan la vida colectiva con el estómago y no con el cerebro, y tienden a despreciar todos los fenómenos que querrían eliminar antes de comprender sus causas profundas. Son los mismos personajes que, desde hace años, hablan de una Catalunya y de una Europa posnacional. Los mismos, pobres, que no dicen palabra cuando se dan cuenta de que la salvación de la zona euro ha empezado a romper la soberanía clásica de los Estados, como experimenta Rajoy desde hace algunos meses.
Los hechos han desmentido con rotundidad la verborrea destinada a presentar al catalanismo o nacionalismo catalán (en todas sus formulaciones) como una fantasía desvinculada del día a día de las personas que viven en este país, y movida de manera oportunista por una casta rancia, provinciana y corrupta.
Lo que ha pasado es justamente todo lo contrario de lo que habían vaticinado estas mentes tan bien informadas: la crisis global y la española ha intensificado la conciencia catalana de los agravios concretos y materiales (no sólo simbólicos o morales) que sufre la sociedad catalana en su conjunto, incluidos todos los que no participan de las premisas catalanistas y de los consensos tácitos que de ellas se desprenden. Las dificultades financieras de la Generalitat y de los ayuntamientos junto a la escasa credibilidad que proyecta el Gobierno español han convencido a muchos ciudadanos de que la vía autonomista es una muerte lenta y triste.
Hay quien ha etiquetado este movimiento como «independentismo de bolsillo» para diferenciarlo del antiguo independentismo basado en la historia y la cultura. Los expertos explican que, en la mayoría de nacionalismos contemporáneos, se mezclan los intereses y los valores de una determinada comunidad. Más breve: las carteras y las banderas no forman parte de universos separados, todo lo contrario. Ustedes echan cuentas y, a partir de ahí, se preguntan qué son y qué querrían ser. Y sin necesidad de escuchar las ocurrencias del presidente de Extremadura.
Uno de los grande éxitos del nacionalismo catalán de los últimos años es haber explicado el carácter injusto e insostenible de la relación fiscal de Catalunya con el conjunto del Estado. Eso ha penetrado en la mayoría de catalanes y ha llevado nuevos sectores a coger la bandera, como se pudo comprobar ayer por las calles de Barcelona. La defensa de los intereses materiales conduce a lo que he denominado la desconexión mental de España, una actitud prepolítica que aparece cuando el malestar por el agravio continuado (económico, político, cultural) se convierte en crónico. La fatiga invita a la desconexión, el primer paso de un cambio de categorías que están asumiendo muchas personas.
Los que se creyeron que el nacionalismo catalán era sólo una ficción de la burguesía local para afirmar su dominio de clase hoy no entienden nada. Ahora ya no pueden decir aquello de «con la bandera esconden la cartera». ¿Son burgueses todos los que ayer por la tarde llenaron las calles de la capital catalana? Un poco de seriedad, por favor. La cartera y la bandera han confluido porque, a principios del siglo XXI, es imposible esconder la verdad, aunque la administración central sólo haya publicado una vez las balanzas fiscales.
Finalmente, sin embargo, lo importante no es la cartera ni la bandera sino la libertad, la dignidad y el bienestar de las personas. Esta película va de eso, no se engañen. No hay que dar más importancia de la cuenta a las banderas, pero -bueno será puntualizarlo- no es cierto que todas sean iguales. Sabemos que hay banderas y banderas: bajo algunas banderas se ha perseguido, encarcelado, ejecutado y enviado gente al exilio, eso forma parte de la memoria de varias generaciones. Hay banderas que han simbolizado el derecho de conquista y otras que han sido prohibidas o arrinconadas durante décadas en las buhardillas del folklore. Quien pone todas las banderas en el mismo saco hace trampa.
La Catalunya real -esta que algunos invocan sin haberla pisado nunca- tiene muchas caras, claro está. Y una de las más importantes es la que se manifestó ayer en Barcelona, llegada desde ciudades y pueblos de todo el país. Es una Catalunya de verdad, no es un holograma. Es gente que se mueve sin miedo, con libertad y voluntariamente. Con la cartera y la bandera, pacíficamente.