13 sep 2012 La gent ha dit que Ítaca és el pla A
El muro de Berlín cayó cuando nadie se lo esperaba ni lo había previsto, una lección que olvidamos con facilidad y que –salvadas todas las distancias– sirve para iluminar el caso que nos ocupa. Los acontecimientos se aceleran gracias a los medios y a una opinión pública que emite tanto como recibe, y la política pequeña se convierte en irrelevante mientras la dimensión histórica es claramente observable desde el presente. Pobre del político o del prohombre que, como el personaje de Fabrizio del Dongo en Waterloo en la novela La cartuja de Parma, no se dé hoy cuenta de eso.
Un millón y medio de catalanes hicieron historia el martes por la tarde y eran plenamente conscientes de ello. Salieron a la calle para cambiar la historia, en un ejercicio contra la resignación y el fatalismo. El presidente Mas ha entendido perfectamente que estamos ante una hora histórica y que la política en Catalunya deja de ser la gestión vergonzante del colapso para intentar ser la construcción de un proyecto nuevo, que estará –advirtió, realista y sereno– “cargado de dificultades y obstáculos” y que será posible siempre que haya “voluntad, grandes mayorías y capacidad de resistir”. Eso no es aguar la fiesta, es evitar una frivolidad suicida y ridícula.
La transición nacional que Mas anunció al alcanzar la presidencia ya apuntaba en esta dirección. Pero entonces todo parecía más lejano. La crisis, el descrédito del Gobierno, el drama de las finanzas autonómicas y el cansancio de las clases medias catalanas han modificado agudamente el ritmo y la textura de la política oficial.
¿Se acuerdan de que Mas tenía un plan A, consistente en negociar un nuevo pacto fiscal en la línea del concierto? ¿Se acuerdan de que todo el mundo preguntaba cuál sería el plan B si fracasaba el diálogo? Todo eso ha caducado. El objetivo del pacto fiscal ahora es casi un estorbo para Mas. Las cosas se han clarificado de la noche a la mañana. La gente ha dicho que Ítaca ya no es una bella metáfora para discursos de fin de semana, sino el plan A de veras, lo que quieren que tomen en consideración sus representantes, para salir del atolladero.
Con la mirada puesta en el retrovisor, Mas –¡quién se lo iba a decir cuando era un joven director general a las órdenes del conseller Molins!– entra con tranquilidad y sin dramatismos en lo que él mismo calificó de “territorio desconocido”. Sabe que no puede tener como modelos ni al Francesc Macià que renunció en 1931 a la República Catalana, ni al Lluís Companys que proclamó el Estat Català el 6 de octubre de 1934. Nada de eso. Toca normalidad y seny. Como si Prat de la Riba volviera para terminar el trabajo.