20 sep 2012 Mas, entre Prat i Macià
Estos días, a raíz de la gran manifestación del Onze de Setembre, ocurre algo sorprendente: los que siempre han considerado el nacionalismo catalán o catalanismo una cosa molesta y de segundo orden pontifican sobre los motivos, las intenciones y los movimientos futuros de Mas, el Govern, CiU, la Assemblea Nacional Catalana, el independentismo y toda la gente que salió a la calle. Es divertido comprobar como, en una exhibición de desinformación monumental, hay quien atribuye a la mano de Jordi Pujol todo lo que estos días hace y dice al president de la Generalitat. Da risa.
Para opinar hay que tener un cierto conocimiento de los asuntos. Si ahora les quisiera revelar los misterios del Banco Central Europeo o de la táctica de Tito Vilanova sería un impostor. Por suerte, lo que están leyendo es sobre una materia que hace muchos años que analizo y a la cual dediqué un libro reportaje, Ara sí que toca! Jordi Pujol, el pujolisme i els successors, publicado en 2003. En aquel volumen, explicaba el proceso que había llevado a un hombre discreto a convertirse en el heredero del catalanismo mayoritario.
La evolución de Mas merece una tesis doctoral. Uno de los viejos de CDC consideraba, hace una década, que «Artur Mas no tiene alma pero tiene virtudes». En aquel momento, la gente del operativo que rodeaba al dirigente ungido hablaba sin manías de «producto» y explicaban que su lanzamiento se basaba en el concepto «de oportunidad mediática». Era cuando las caricaturas presentaban a Mas como un robot.
Ha llovido mucho desde entonces. Los años de oposición hicieron madurar profundamente al designado por Pujol y, a raíz de la traumática experiencia del Estatut, Mas fue plenamente consciente de que, como escribió Max Weber, quien entra en política «ha sellado un pacto con el diablo». Al president catalán, demasiado poco cínico para este oficio, le costó digerir el engaño de Zapatero y -tal vez- la aceptación de la poda previa a la que hizo el TC. Desde aquel episodio, se le acentuó la desconfianza, añadida a un carácter muy austero. Eso explica la manera como Mas enfocó la última campaña, la gestión de la crisis y, finalmente, el reto de explorar un pacto fiscal poco viable, a la vez que asume el cambio de agenda provocado por la gran manifestación de la Diada.
Mas es un personaje extraordinariamente hermético. Con todo, a algunos no nos extrañó que, el jueves pasado y desde Madrid, el presidente invocara los nombres de Enric Prat de la Riba y Francesc Macià cuando, en el turno de preguntas, le mencionaron a Lluís Companys y el 6 de octubre de 1934. De Macià, lo que más le puede interesar es la conexión especial con la gente, pero no la renuncia al sueño que l’Avi protagonizó en 1931, tres días después de proclamar la República Catalana. Mas no se ha vestido de estadista tranquilo para acabar aceptando -supongo- lo que en Madrid llaman «componenda».
En cambio, en la figura de Prat de la Riba, Mas encuentra la determinación y el rigor de quien construyó con mentalidad de Estado desde la Mancomunitat, un organismo modesto que utilizaba la estructura de las diputaciones para levantar el primer autogobierno de la Catalunya contemporánea; Pujol también tenía al de Castellterçol como referente cuando llegó a la presidencia en 1980. Aquí acaban los paralelismos, porque Mas argumenta que, después de un siglo de catalanismo que pretendía modernizar España, ahora estamos en otra hora histórica.
Prat de la Riba era un hombre de pensamiento y de acción que consiguió reunir en torno a su proyecto a las élites burguesas y a las incipientes clases medias. Este fue su mérito así como contar con colaboradores de ideología diversa. Hoy, Mas está en medio de una batalla que enfrenta a los sectores empresariales y financieros más influyentes con las amplias y fatigadas clases que más sufren el expolio fiscal y el menosprecio cultural de los poderes españoles. Ambos bandos ven cosas diferentes en Mas. Las élites, contrarias a cualquier cambio de statu quo, trabajan para que el presidente enfríe el ambiente y encuentre (con Rajoy) una salida que se parezca al pacto fiscal. Mientras, la franja central del país -asalariados, profesionales y pequeño empresariado- espera que Mas no le abandone ni le falle.
Mas tiene muy complicada la síntesis. CiU es la preferida de las élites para vehicular sus intereses y también es la opción con más apoyo entre las clases medias que se sienten perjudicadas por los agravios del centralismo superpuesto al modelo autonómico. Esto no casa. El choque de trenes fuerte no será entre España y Catalunya ni entre los independentistas y los que quieren seguir siendo españoles. La pugna decisiva será entre unas clases medias que ya no quieren ser tratadas como la población de una colonia y unas élites que, inquietas, aplican una lógica defensiva y paliativa clásica.
En su etapa juvenil, Prat de la Riba escribió textos independentistas pero más tarde teorizó la España grande para hacer encajar Catalunya en ella. Mas, ante el fracaso histórico de esta apuesta, toma -parece- el camino contrario. Espero que lo haga con el rigor del autor de La nacionalitat catalana y la ambición que ha demostrado una mayoría muy juiciosa de la sociedad.