27 sep 2012 La por contra la il.lusió
Las elecciones al Parlament del próximo 25 de noviembre serán, además de intensas, históricas, plebiscitarias y constituyentes, un combate entre la ilusión de explorar una nueva vía política para la sociedad catalana y el miedo que este camino puede generar entre los ciudadanos indiferentes o contrarios a los planteamientos del soberanismo. Digamos que sin un punto de ilusión ninguna empresa humana sale adelante, incluidos los proyectos políticos, sobre todo si estos no consisten sólo en ir tirando para conservar las sillas. Digamos, también, que el miedo es un sentimiento natural y un mecanismo de defensa de los individuos ante los grandes retos y los escenarios que plantean más interrogantes que respuestas. Todo depende de las proporciones, obviamente: un exceso de ilusión impide observar de manera crítica la tarea que hay que hacer y un exceso de miedo bloquea el pensamiento y nos condena a la inacción. El ilusionismo nos hace ingenuos y el pánico, bichos mareados.
No hay que ser muy perspicaz para pronosticar que, desde ahora mismo, el campo de lucha electoral en Catalunya se dividirá entre unas formaciones que hablarán desde la ilusión por tener un Estado propio de los catalanes y otras que hablarán desde el miedo ante esta misma posibilidad. CiU, ERC y SI estarán a un lado mientras PP y Ciutadans estarán en el otro. En medio, según las últimas declaraciones de Pere Navarro, estará el PSC, que optará por un perfume federal nada fácil de explicar ni de entender. Más allá, ICV se desmarcará del guión y hablará sólo de recortes, como si la gran manifestación del Onze de Setembre (a la cual, paradójicamente, los ecosocialistas se sumaron) y el no de Rajoy al pacto fiscal no hubieran existido. Ahora bien, hay que contemplar que, según quién sea el candidato o la candidata socialista, el miedo también puede ser una de las banderas del PSC, para no dejar que Sánchez-Camacho y Rivera recojan fácilmente todas las papeletas sensibles a los mensajes tremendistas, amenazadores y apocalípticos.
Los partidos que defienden que el pueblo catalán elija su futuro tendrán que dar, en campaña y después, argumentos sólidos y datos fiables para describir con detalle el escenario de una Catalunya tan soberana como Dinamarca o la República Checa, eso quiere decir que ejercería su interdependencia en Europa sin la intermediación de Madrid. Como recordó ayer el president Mas, el concepto clave hoy en el Viejo Continente es la soberanía, que se transforma de manera acelerada a raíz de la crisis y que es motivo de grandes debates no sólo entre escoceses, flamencos, vascos y catalanes. Las siglas favorables a un Estado catalán deberán huir de cualquier idealización. Por responsabilidad, para ser más convincentes y para no caer en la trampa de una previsible oleada de falacias, insidias y desfiguraciones sobre una Catalunya divorciada de España. El frente de la ilusión no se puede permitir la mentira.
Querría equivocarme pero los partidos que se reclaman defensores de la unidad de España parece que basarán su discurso en la exacerbación y explotación de los miedos comprensibles que un proceso de este tipo genera. Ya lo hemos empezado a ver y escuchar: miedo al aislamiento internacional, miedo a la fractura social, miedo a la decadencia económica, miedo a la deslocalización empresarial, miedo a la exclusión cultural, miedo a repetir la tragedia balcánica, miedo al caos y al precipicio. Incluso hay quien -con una actitud inmoral e incendiaria- deja caer que la independencia implicaría la expulsión de personas. Todo señala que hay entornos y dirigentes que no se han dado cuenta de cómo ha cambiado nuestro país. El miedo era un factor importantísimo y tangible al final del franquismo y el comienzo de la transición. Era lógico: el recuerdo de la guerra estaba muy vivo, la represión del régimen había creado un clima de terror y, para remacharlo, se hablaba del «ruido de sables» constantemente. A principios del siglo XXI, la mentalidad es otra, afortunadamente. Dudo que el miedo sea, pues, la respuesta más eficaz por parte de los que, legítimamente, quieren mantener las cosas como están. Preparémonos.
Las elecciones del 25 de noviembre serán apasionantes pero también extrañas y no hay que descartar que hagan aparición fenómenos que, de una u otra manera, pretendan desvirtuar el carácter y el valor del ejercicio democrático al cual somos llamados. Desde un punto de vista cívico, querría que el debate entre los partidos sobre la hipótesis de la independencia se sujetara al intercambio de argumentos lo más objetivables posible, pero no albergo grandes esperanzas en este sentido.
Por ejemplo, incluso hay quien niega que Catalunya recibe un trato fiscal injusto y lesivo por parte del Gobierno. Harán falta paciencia y calma para no entrar en el juego de las provocaciones, como habrá que ir desmontando muchos rumores que se extenderán para presentar como una locura lo que es un acto de democracia en estado puro.
Para los que éramos pequeños cuando murió Franco y vimos como nuestros padres debían aprender a vivir sin agachar más la cabeza, estas nuevas elecciones representan la posibilidad de imaginar el futuro sin ponernos barreras, como los europeos adultos que somos. El temor como freno es una cosa del ayer, tengámoslo claro.