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Francesc-Marc Álvaro | De CiU al PP, no fos cas
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12 nov 2012 De CiU al PP, no fos cas

No le falta mucho para cumplir los setenta y considera que lo de reinventarse o redecorar su vida le pilla ya mayor. Su principio político básico ha sido siempre «tranquilidad y buenos alimentos». Cualquier idea o proyecto fuera de este programa le parece erróneo, un desatino, una quimera. No está para líos -como diría Rajoy- y disfruta mucho de su segunda juventud, sobre todo del golf con los amigos y de los fines de semana en la Cerdanya.

Decidió que no votaría a Mas después de escucharle en una cena de empresarios donde algunos de los más veteranos se dedicaron a recriminar al president su apuesta por lo que califican de «aventura temeraria» (en público) y de «tremenda locura» (en privado). Lo que más le irritó fue que el líder de CiU respondiera con cifras y más cifras, sin agachar la cabeza ante la bronca de los prohombres.

Mas le ha decepcionado. Y eso que vio su llegada a la presidencia como un gran alivio, puesto que el tripartito le cabreaba enormemente. Lo del nuevo Estatut ya le pareció un mal asunto, pero la independencia no le cabe en la cabeza. Además, teme seriamente los boicots que puedan surgir.

«Jordi Pujol era otra cosa», lo repite cada día. No quiere acordarse de las muchas discrepancias que tuvo con el expresident, aunque le votó fielmente en todas las elecciones que él denomina autonómicas. En las generales, fue más promiscuo: apoyó a González y a Aznar sin ningún remilgo, incluso a Rajoy, que tampoco le da mucha confianza. Zapatero, en cambio, no tuvo nunca su voto.

Cuenta a sus amigos que no tiene más remedio que votar a la Sánchez-Camacho para frenar lo que pretende la nueva y radical CiU. Sobre la candidata popular no hace consideraciones, él siempre ha sentido una simpatía inercial por los hermanos Fernández Díaz. También lamenta profundamente que Duran Lleida no tenga más poder para imponer «algo de sentido común» en la federación.

Lo que escucha de boca de empresarios más jóvenes no le convence. Estaría vagamente de acuerdo con que la Generalitat dispusiera de más dinero, pero sin que ello le quite el sueño. Al fin y al cabo, su modelo ideal es «el regionalismo bien entendido», aderezado con alguna cita de Cambó y algunos versos de Verdaguer y Maragall para los festivos, sin abusar, no vaya a ofenderse alguien por el catalán.

«Hay que votar al PP, por si acaso», no se cansa de hacer campaña, incluso entre los camareros de los restaurantes. Varios de sus amigos comparten su postura, pero le inquieta que, a diferencia de lo que ocurría hace diez años, hoy existan empresarios (y catedráticos de prestigio) a favor de la independencia de Catalunya. «¿Cómo puede ser que tanta gente se dirija al precipicio?», se pregunta mientras enciende, con parsimonia, su penúltimo cigarro habano.

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