23 nov 2012 I Baixamar?
El tío Baixamar tiende a la acracia civilizada, individualista y sentimental. Ha tenido épocas de un abstencionismo depurativo, casi ascético, y ha tenido épocas de una cierta fidelidad discontinua a siglas diversas, no completamente antagónicas. Como votante, presenta las características del ciudadano que se afana por racionalizar el embrollo de intereses y valores que cohabitan en su cabeza, en una pugna efervescente y mareante, no apta para espíritus dados a la contemplación novecentista.
Me recibe sentado en la butaca, fumando. Tiene en las manos un montón de papeles que le han enviado. Son los folletos de propaganda electoral. Los mira con falta de interés pero con una cierta sistemática. Le pregunto qué hace: «Estoy reflexionando, he decidido empezar antes del día de reflexión, no sea que me falten horas para ordenar las ideas, que esta vez todo va de otra manera». Me invita a sentarme y continúa: «Mira, esta historia arrancó con ilusión, después alguien pensó que el miedo taparía la ilusión y, ahora, se está probando con la mierda, que parece más consistente y corrosiva que el miedo». En la mesa de lectura, al lado de una taza de café, en medio de tres o cuatro medicamentos, el tío tiene una fotografía. Se le ve a él, de joven, tocando la guitarra en una calle de Londres. «Estoy reflexionando -añade- sobre la facilidad con la cual en nuestra sociedad la mentira pretende disfrazarse de verdad y sobre el papelón de los que, cínicamente, la utilizan para destruir a los adversarios».
En esta ocasión, Baixamar querría poder votar más de una vez. Porque, elegida ya la papeleta que le merece confianza, querría poder votar también en contra de algunas siglas, de algunos cabezas de lista e, incluso, de algunos invitados a los mítines. Si le dejaran, votaría contra determinadas actitudes, frases y palabras concretas que se han utilizado como minas antipersona. Votaría, por ejemplo, contra todos los que han asociado nazismo y nacionalismo catalán y contra los que lo han tolerado en sus actos, y también lo haría contra los que proclaman defender la presunción de inocencia pero exigen que un ciudadano deba ir notario para certificar que no ha cometido ningún delito. ¿Nueva inquisición? ¿Estado policiaco? ¿Caza de brujas?
Por prescripción facultativa, el tío Baixamar tiene prohibida la indignación. Pero no la perplejidad. Por ejemplo, la que produce que un golpista condenado quiera encarcelar a un gobernante democrático. «Los que tanto se preocupan por el futuro de Catalunya en Europa -remarca- harían bien en intentar explicar a las autoridades de Bruselas cómo puede ser que el esperpento no sea un asunto puramente literario».
El domingo próximo, Baixamar acudirá al colegio electoral y después, con su habitual eficacia, cocinará un arroz con gambas para celebrar que ni el miedo ni la mierda ganan, a la larga, ninguna batalla. Ninguna.