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Francesc-Marc Álvaro | Corrupció i banderes
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31 ene 2013 Corrupció i banderes

Catalunya sufre varios casos de corrupción, las noticias lo recuerdan a diario. ¿Es la política catalana más corrupta que la que se hace en otros sitios del Estado? Si observamos el mapa de la corrupción, vemos que el mismo fenómeno prolifera -como mínimo- en Valencia, Baleares, Andalucía, Galicia y Madrid. Eso, por supuesto, no debe servir para tranquilizar a la sociedad catalana, pero permite evitar desfiguraciones interesadas. La geografía de la corrupción es extensa en España y no entiende de identidades ni de hechos diferenciales. A pesar de esta evidencia, sectores importantes de la derecha política y mediática (con la ayuda de sectores de la izquierda jacobina) sostienen con obstinación que Catalunya es un territorio más corrupto que cualquier otro a causa del nacionalismo. La etiqueta que se utiliza desde hace años para resumir esta tesis es «oasis catalán».

Esta estrategia de asociar nacionalismo catalán o catalanismo con corrupción es muy vieja. El caso Banca Catalana sirvió para alimentarla e, incluso, para intentar probar de manera definitiva la certeza de este vínculo. La polémica del 3%, que mencionó Maragall en sede parlamentaria, contribuyó de manera especial a proyectar esta imagen de podredumbre estructural. Con todo, fue el estallido del caso Palau de la Música lo que permitió elevar a categoría indiscutible el vínculo entre política nacionalista y corrupción. La figura de Millet ayuda a redondear la historia porque añade una idea atractiva: el reparto del botín entre unos privilegiados que utilizan sus lugares en el patriciado indígena para maniobrar de manera impune, haciendo que sea válido aquel refrán: «Esconden la cartera con la bandera». Desde la última campaña, estamos en una nueva fase, que consiste en intentar frenar las aspiraciones soberanistas mediante la explotación calculada de casos reales o inventados de corrupción que afectan a políticos catalanes. El ensañamiento que ha sufrido y sufre Mas se inscribe en esta guerra sucia, donde la pieza más preciada es el president.

Dicho esto, considero que el mundo nacionalista -y especialmente CiU- se equivoca mucho cuando, ante la publicación de noticias que tienen que ver con irregularidades, corruptelas y delitos posibles y/o probados de sus entornos, utiliza como principal argumento defensivo lo de «nos atacan porque quieren destruir Catalunya». No me parece inteligente ni eficaz esconderse bajo este mantra, que copia la rutina de los años ochenta, cuando el pujolismo era fuerte. Y no porque no sea verdad la intención destructiva en algunos casos, sino porque la realidad ha cambiado radicalmente y, además, hay una verdad superior a la que toca responder hoy con determinación: también entre los nacionalistas hay corruptos, como hay incompetentes y vividores. De la misma manera que hay gente honrada, competente y trabajadora. En eso, vale más que CiU peque de exceso de celo y haga todo lo posible para poner el marcador a cero, para contrarrestar con decisiones fulminantes esta insistencia en el carácter intrínsecamente corrupto del nacionalismo catalán y, por extensión, del proyecto de Estado propio. La caída de votos de CiU no puede ser ajena a esta falta de cintura, sobre todo cuando resulta evidente que el nuevo soberanismo es también el clamor de unas clases medias que exigen regeneración, transparencia y una nueva manera de hacer política. Si hablamos con rigor, es inaceptable asociar de manera mecánica y determinista una ideología democrática o un movimiento democrático con la corrupción. No puede hacerse ni con el nacionalismo catalán ni con la socialdemocracia, ni con el conservadurismo, ni con el ecologismo, ni con el liberalismo, etcétera. Ni con el españolismo centralista, por supuesto. Corruptos en origen únicamente lo son los que defienden programas totalitarios y contrarios a los derechos humanos y el pluralismo, porque toda dictadura es corrupta por definición. Incluso cuando -hecho habitual- un caudillo se presenta como la vacuna perfecta contra unos partidos que roban. Mantengamos los debates dentro de una cierta decencia: si es una estupidez pensar que el corrupto lo es porque su visión del mundo conservadora, socialista o liberal lo lleva a aprovecharse del sistema, también lo es pensar lo mismo del nacionalista o soberanista catalán (que es, a la vez, de derechas o de izquierdas). Lo que anima la corrupción es la permanencia excesiva en el poder, la falta de controles eficientes, una justicia lenta y mejorable, y una cultura política que favorece la fechoría.

Hasta aquí la lógica y la razón. Pero hay excepciones que, desgraciadamente, nos llevan al terreno de la trampa y la demagogia: no es ningún secreto que no pocos contrarios a las ideas y opciones nacionalistas y soberanistas de Catalunya parten de una falsa premisa que les permite eludir la confrontación serena de argumentos y criminalizar al adversario: el nacionalismo catalán no es democrático y, por tanto, es como el nazismo y como otros movimientos destructivos; a partir de aquí, construir la tesis de una Catalunya que vive en un régimen opresivo resulta muy fácil. Los habituales glosadores de la caverna madrileña (y algunos extraviados de la izquierda cosmopolita de campanario) se dedican a ello sin descanso.

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