22 mar 2013 Ridícul molt rendible
Parece ser que ahora hay dos cadenas televisivas privadas españolas que emiten unos programas parecidos en los cuales unos supuestos famosos tienen que lanzarse desde un trampolín a una piscina. No se me ha pasado por la cabeza de dedicar ni un segundo a contemplar este espectáculo, ni siquiera por interés gremial comunicativo o para comprender los extraños caminos de la televisión en este comienzo del siglo XXI. Confieso que la sola posibilidad de tener que ver estos espacios me causa un sentimiento que limita al sur con la depresión y al norte con el aburrimiento oceánico. Dicho esto, me pregunto cuál es la gracia de este programa. Un amigo que conoce bien los misterios del negocio televisivo me saca de mi oscuridad: la clave es el ridículo. A todo el mundo le gusta contemplar cómo hacen el ridículo los que disfrutan de cierta fama y notoriedad. Simple como los chistes de pedos.
Es lo que hay: la última ocurrencia de la televisión generalista recupera mecanismos ancestrales para el prime time. Es sabido que las masas -antes y ahora- obtienen una gratificación inmediata cuando los que forman parte de la galería de celebridades mayores o menores meten la pata. Los ídolos -sobre todo los de feria y todo a cien- también son humanos y gusta mucho que eso quede subrayado, para compensar de manera implacable el relato del éxito con una parte grotesca, triste o miserable. Si esta exhibición sirve para maquillar las frustraciones del espectador, todo eso que nos ahorraremos en psicólogos y psiquiatras. Poner figuritas de la prensa del corazón y territorios afines a saltar desde un trampolín es una manera eficaz y poco sofisticada de actualizar lo que en el mundo anterior a los medios ocurría en las plazas.
No soy apocalíptico y no quiero prohibir ningún programa, por descontado: si el vecino quiere pasarse toda la noche analizando las gracias de Falete como aprendiz de saltador olímpico, nada que decir. Libertad de culto, de información y de entretenimiento. Hay gente para todo, también para programas bienintencionados que te hacen sentir como un criminal de guerra si no reciclas la basura. Lo que me deja descolocado es el hecho de pagar a un grupo de gente dispuesto a hacer el ridículo cuando sería tan fácil encontrar este material gratis. Sólo hay que estar vigilantes a las idas y venidas de muchos protagonistas habituales de las noticias para encontrar tesoros sensacionales. Los programas de zapping se basan en esta riqueza incesante. Me parece que, años atrás, cuando yo era pequeño, se daba por hecho que los famosos debían ser admirados y admirables, por eso se destacaba lo ejemplar. Ahora se hace todo lo contrario: queremos pillar al famoso que cae en desgracia porque nos regala un momento de gloria compensatoria. Como si ganáramos la partida.