06 abr 2013 Un mestre articulat
Todo el mundo lo respeta, los que hemos podido venir y los que no. Muchos también lo admiramos, porque sabemos que este negocio no es tan fácil como parece. Él es el columnista catalán que hace más tiempo –36 años– que escribe un artículo cada día, primero en el Avui y después en El Periódico. Hemos sido convocados a media mañana en el acogedor restaurante Lázaro, de la calle Aribau, para celebrar que se publica un nuevo libro de Josep Maria Espinàs, una antología canónica de sus columnas que lleva un título afortunado y preciso: Una vida articulada.
La cubierta reproduce una magnífica foto de Pedro Madueño donde se ve al autor tomando un café y encendiendo su pipa en un bar, mientras escribe unas notas. Isabel Martí, motor incansable de La Campana, explica que decidió borrar el nombre –Josep Maria– de la portada para subrayar el apellido, este Espinàs a secas, que ya ha devenido un clásico sin dejar nunca de reinventarse. Un clásico sin pedestal, porque, como apunta Sergi Pàmies cuando le toca hablar, este señor no da sermones ni pretende aleccionarnos con verdades indiscutibles, al contrario.
Espinàs tiene 86 años y 11.000 columnas, pero no lo parece. La cabeza clara y el ademán firme retratan una figura más allá de las convenciones generacionales. Ante un público formado por colegas, Espinàs confiesa que él es “un prosador más que un prosista” y se declara amante de las canciones. Para demostrarlo, recita los primeros versos de la famosa Garota de Ipanema, un ejemplo de sofisticada sencillez a la hora de captar un instante del mundo.
Detrás de la sencillez hay una depuración tenaz, una disciplina sin malabarismos: “He procurado –confiesa, mientras lo escuchamos con atención– escribir una prosa que cante en voz baja”. Exacto. La columna como invitación al diálogo tranquilo, con un ritmo interior bien calibrado, sin estridencias ni grandilocuencias. El autor y el lector, dos amigos que van andando.
Espinàs explica que empezó a escribir un artículo diario porque le pareció menos complicado que hacer uno cada tres semanas. La prueba salió bien. En el prólogo afinadísimo que ha escrito Jordi Graupera a Una vida articulada, podemos leer: “Vemos a un hombre que se ha construido la libertad en el interior de la esfera de los gestos y las cosas que sólo dependen de él”. Está bien visto. Porque Espinàs es cien veces más libre en sus columnas que muchos de los que llenan con pirotecnias y trapacerías el espacio que se les cede. La libertad radical de hablar de lo que sea, siempre combinando “la actualidad y la cotidianidad”, para decirlo con las palabras de Pàmies. Articulismo abierto a cualquier cosa porque cualquier detalle puede poner en marcha la reflexión. Sin ceder a la aceleración inmediatista que confunde el presente con el vértigo. Espinàs observa el presente con atención, no se deja engatusar por la prisa.
Hoy sabemos, por boca del interesado, que a Espinàs le ha gustado ser lo que es, alguien que hace muchas cosas y que no se encierra en un único compartimento especializado. Pero algunos no se lo han perdonado y él bromea: “Lo peor que se puede ser en la vida es polifacético; después, asesino”. Estallan las carcajadas. Hace unos años, él mismo se definía como “un home de fer feines”.
Isabel Martí no quiere que las imágenes tópicas sobre el ciudadano Espinàs acaben desfigurando el valor de su escritura. Hace bien. Por eso ha querido que fuera una voz de la última hornada como Graupera quien –sin prejuicios– analizara la producción espinasiana con la mirada fresca y sin pagar peaje a las adherencias extraliterarias del antologado. Espinàs más allá de Espinàs.
Cualquier cultura que se pretenda normal necesita figuras como Espinàs. Por eso sostengo que es un maestro, incluso de los que no lo han leído nunca o que quizás lo descubrirán ahora, gracias a Una vida articulada. Eso es la tradición, sea dicho con perdón. Mientras van saliendo las sensacionales alcachofas, tortillas y butifarras de las hermanas Carme y Fina Ruiz, Espinàs habla con todos nosotros. Y yo pienso en Pla, Sagarra y Xènius, y pienso en Fuster y en Montaigne, aquel que nos mostró el extraño camino que vamos haciendo, mientras haya alguien que quiera leernos.