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Francesc-Marc Álvaro | El vot inservible
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29 abr 2013 El vot inservible

Cambiar un gobierno por otro, con normalidad. He ahí lo que una democracia homologada ofrece a los ciudadanos. Cambiar un Gobierno para -se supone- cambiar las políticas que se aplican. Si unas políticas no funcionan para abordar los problemas, hay que hacer otras. La construcción de una alternativa se basa en ofrecer recetas diferentes. En la España de hoy, las políticas del PP no funcionan para reactivar la economía, frenar el paro y realizar reformas inaplazables. Si las políticas de Zapatero no hubieran contribuido de manera tan evidente a llevarnos hasta aquí, el PSOE de Rubalcaba tendría credibilidad como recambio. El resultado es que, en lo urgente y sustancial, la derecha y la izquierda oficiales aparecen como el mismo producto. Para diferenciarse y cohesionar la parroquia, los populares reabren asuntos como el aborto y los socialistas montan primarias. Pero con eso no basta. Los grandes partidos caen en picado.

Las elecciones previstas para el 2015 tendrán lugar en un contexto marcado por el mayor descrédito del sistema desde 1978. El estudio de la Fundación BBVA Values and worldviews indica que los españoles son los europeos que menos confianza expresan hacia sus instituciones y, junto a los italianos, son los que menos valoran el funcionamiento de su democracia. A la vez, el ciudadano español es el menos informado y uno de los menos proclives al asociacionismo de toda la UE, datos que contrastan con el creciente número de huelgas y manifestaciones. Este mismo informe establece que los españoles son los europeos que se declaran más afectados por la crisis. Por otra parte, las últimas encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) certifican que, después del paro, la segunda preocupación es la corrupción, por delante de los problemas económicos. Además, estos sondeos informan de que los partidos son percibidos como «un problema» importante. Este cuadro es terreno abonado para el crecimiento de partidos medianos y pequeños (IU y UPyD) y para el surgimiento de populismos de todo tipo.

El votante (el no militante y el no fanático) que durante décadas sólo ha podido elegir entre PP y PSOE (ocurre en la mayoría de las provincias fuera de Catalunya y el País Vasco) piensa ahora que su voto es inservible: puede cambiar el Gobierno pero no puede modificar las políticas. Este fatalismo -alimentado por el fracaso de recambios como el de Hollande en Francia- conduce al pesimismo y fabrica tanta crispación como abstención.

Desde la recuperación democrática, los cambios de gobierno siempre han sido poco normales: 1982, después de una intentona golpista; 1996, en medio de escándalos de corrupción y guerra sucia; 2004, a las pocas horas de un atentado sin precedentes; 2011, en plena descomposición del liderazgo presidencial. ¿Qué marcará el 2015? No será sólo el proceso catalán, bien seguro.

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