08 jul 2013 Entitats particulars
Pere Navarro, movido por un entusiasmo sorprendente, ha dicho que «este 6 de julio pasará a la historia de Catalunya y del conjunto de España». ¿Se lo cree de veras? El motivo de este ataque de optimismo del egarense es la aprobación -este sábado en Granada- de un documento del PSOE que establece el modelo federal que los socialistas -de todas partes- quieren para España. Un modelo que pretende venderse como la solución contra el centralismo del PP y el soberanismo que hoy está en el centro de la agenda catalana. Montserrat Tura ha hecho la crítica más precisa sobre este papel: «El texto podría ser de hace quince años». Es exacto.
Más allá de manifestar de manera descarnada la incapacidad del socialismo catalán a la hora de influir en el español, el documento Un nuevo pacto territorial: la España de todos tiene como principal problema su lenguaje antiguo, gastado, obsoleto. Da la sensación de que en la cúpula del PSOE son impermeables al paso del tiempo y a los cambios. Ni Catalunya como nación ni el concepto de España como Estado plurinacional aparecen en este catecismo que, en cambio, habla de «hechos diferenciales» y «entidades políticas particulares», como si estuviéramos en 1982. Es la victoria final de Chacón, contra la cual el primer secretario del PSC pareció -hace pocos meses- que ejercía su autoridad en defensa de los intereses de las mujeres y hombres de Catalunya. Cuántos gestos de firmeza para llegar a lo que Ernest Maragall tilda de «rendición».
Esta película no es nada original. Muchos, antes que Navarro, han chocado con la misma piedra. El socialismo catalán se subordina a la lógica de un socialismo español que sólo tiene en cuenta la triangulación de poder Andalucía-Madrid-Euskadi y la competencia nacionalista y electoral con un PP que siempre tiene una bandera más grande que la tropa de la calle Ferraz. Puede que el sábado si fuera un día histórico, pero para todo lo contrario de lo que proclama Navarro: la fecha en que el PSC se hizo el harakiri a petición de Pérez Rubalcaba y los barones de la solidaridad mal entendida.
El miércoles, Alfonso Guerra era entrevistado en este diario. El viejo jacobino, fiel a la retórica de plaza de toros, se definía como «ciudadano del mundo» y vinculaba el soberanismo con «la incompetencia y la irregularidad en la gestión económica». Me pareció entrañable. Lo más interesante es que declare tal cosa precisamente cuando el caso de los ERE andaluces pone al descubierto una presunta corrupción vinculada al PSOE de magnitudes exorbitantes, asunto sobre el cual no dice ni mu. Me viene a la cabeza Juan Guerra, primer corrupto oficial de la democracia, que salió a la luz cuando muchos pensaban que «una entidad particular» como Catalunya podría encajar. Ha llovido mucho desde entonces, aunque ni Guerra ni Pérez Rubalcaba quieran aceptarlo.