15 jul 2013 Esgotament del règim
El caso Bárcenas, a diferencia de otros episodios relacionados con la corrupción y la financiación de los partidos, da la impresión de que, además de ser un gran problema para la derecha y una parte de las élites que confían en ella, es también la expresión de una crisis profunda del régimen que se construyó a partir de la transición. Por eso es tan extraño ver a Rubalcaba pidiendo la dimisión de Rajoy, como si el líder socialista no hubiera formado parte de los gobiernos de González. El hecho es que Rajoy y Rubalcaba son producto de una misma época y de un idéntico concepto de democracia.
Cuando el PSOE perdió el poder en 1996 a causa de varios escándalos de corrupción, una de las banderas de los populares era la regeneración democrática. Aznar (que designó a Rajoy sucesor) se presentaba como un gobernante riguroso y vigilante, que no permitiría que las instituciones fueran utilizadas por los listillos de turno. Aquella derecha renovada pretendía convertirse en el motor de una segunda transición, que debía profundizar en la modernización que los socialistas habían impulsado desde 1982. Hoy, el resultado de las alternancias González-Aznar-Zapatero-Rajoy es una foto que se parece demasiado -salvando todas las distancias- a la postal antigua de la Restauración, la larga etapa en la cual conservadores y liberales se turnaban en el gobierno a fin de que nada cambiara. Los caciques de hoy se han adaptado a las autonomías.
Si vamos más allá de las batallas dentro del PP o del PSOE, si contemplamos este cuadro desde lejos, es inevitable detectar en él síntomas de agotamiento del régimen que formalizó la Constitución de 1978. La crisis ha acelerado las contradicciones entre la sociedad y unos instrumentos de representación -los partidos- cada vez más oxidados. Eso abre la puerta -señalan las encuestas- al crecimiento o surgimiento de otros partidos y movimientos. Que alguien como Rosa Díez -de la misma cantera que Rubalcaba y Rajoy- se postule como la regeneración nos avisa de las trampas del momento.
En Catalunya, la pérdida de fuerza electoral de CiU y del PSC responde a un agotamiento similar, sobre el cual se añade la desconexión que una parte de la sociedad catalana ha hecho del proyecto español, porque no da respuestas a los problemas y es percibido como el gran obstáculo a un reparto más justo de la riqueza y el bienestar. Por eso el soberanismo es -como el catalanismo de 1901- el único regeneracionismo que desafía el statu quo. Y por eso -paradójicamente- un hombre de orden y criado dentro de la política del sistema como Mas se ha convertido en gestor de una ruptura tranquila y en la figura más odiada por las élites de Barcelona y Madrid. Así las cosas, los que dicen querer salvar a CiU y al PSC del vendaval todavía no han entendido que, hoy, las cosas funcionan de abajo hacia arriba y no al revés.