11 oct 2013 Moral de les loteries
No he sentido nunca la llamada de las loterías, los juegos de azar en general ni los juegos de cartas. No me gusta ni el mus. Siempre que he visitado un casino me ha fascinado ver cómo la gente busca la suerte pero nunca he sentido la necesidad de probarlo. Observo de lejos todo eso, no por una prevención moral sino por un prejuicio estadístico: nunca he pensado que me pueda tocar. Debo de ser una de las personas que menos lotería han comprado en el mundo. Mi actitud tiene un punto de temeraria, sobre todo cuando los compañeros de trabajo te quieren vender una participación del gordo de Navidad y tú das excusas. Siempre piensas que un día tocará y serás el único tonto que no verá ni un duro. Digo todo esto porque la Generalitat ha sacado una nueva rifa que llama la Grossa de Cap d’Any y que destinará los beneficios a programas de prevención para la infancia en situación de riesgo.
He visto que, muy rápidamente, han surgido críticas al Govern por sacar adelante esta iniciativa, una manera de conseguir recursos que algunos consideran moralmente dudosa, sobre todo en tiempo de crisis. Es un punto de vista respetable, aunque exageradamente purista, teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad donde, por ejemplo, el negocio futbolístico mueve unas cifras de escándalo que -haya más o menos paro y más o menos recortes- nadie se atreve a comparar con otras realidades precarias. Todos nos quejamos con razón de cómo nos bajan los sueldos y nos recortan los servicios públicos, pero aceptamos sin rechistar el precio que cuesta una entrada para ver el Barça o la cuota de suscripción al canal televisivo que nos ofrece los mejores partidos. También resulta extraño que algunos de los que ahora cuestionan esta Grossa de Cap d’Any no hayan dicho nunca nada de las loterías que dependen del organismo estatal correspondiente, ni del mensaje conformista que transmite el estilo pasado de moda del sorteo del gordo de Navidad, homenaje involuntario a una España rancia que tendría que ser el pasado.
Mi problema con la Grossa de Cap d’Any es que va acompañada de una coartada social tan explícita y finalista. Demasiada salsa retórica para justificar que una Administración que tiene problemas estructurales serios de caja debe inventar todo lo que pueda para ir tirando. Todos hemos visto al conseller de Economia pidiendo préstamos para poder pagar las nóminas. Bastaría con que la Generalitat asegurara que los ingresos de esta rifa se utilizarán -como es exigible- en políticas de interés general, sin necesidad de hablar de niños, abuelos u otros colectivos prioritarios. Una sociedad madura puede comprender -me parece- este hecho tan elemental, sin envoltorios bonitos que -de rebote- generan mala conciencia sobre la arraigada creencia popular en el golpe de suerte.