30 may 2014 Isaac Borojovich i el silenci
Tiene 86 años y es un superviviente de los campos de exterminio creados por Hitler. Una de las últimas personas que pueden decir «yo estuve allí». Uno de los pocos testigos todavía vivos de un horror sin comparación posible, único en todas sus dimensiones, incomprensible en sentido literal. Anteayer por la tarde, tuvimos el enorme privilegio de conocerle y le escuchamos en directo, durante un acto celebrado en la sede de la Conselleria de Governació bajo los auspicios del Memorial Democràtic. Tuvimos el honor de abrazar a Isaac Borojovich, luchador enamorado de la vida que pudo salvarse de la destrucción planificada de los judíos de Europa llevada a cabo por el régimen nazi.
Lo que nos reunía era la presentación del libro que el amigo, profesor y excelente investigador David Serrano Blanquer ha escrito sobre la peripecia de un niño judío que se hizo hombre en medio de la barbarie industrial de los campos de la muerte, Isaac Borojovich y la memoria uruguaya de la Shoá (Trilce), un volumen que deberían tener todos los profesores de secundaria para ir eliminando tanta ignorancia acumulada en nuestro país sobre este asunto. Serrano ha hecho -y muy bien- una tarea difícil: ayudar a Borojovich a salir de su espeso silencio para ofrecer su recuerdo a las nuevas generaciones. El silencio fue la norma. Este superviviente, igual que otros, no empezó a hablar del Holocausto hasta que ya era muy mayor, de tal manera que la mayoría de sus amigos y conocidos en Montevideo desconocían que el incansable y animoso Isaac había conocido el infierno. ¿Por qué no lo explicó? «Porque nunca me lo preguntaron», responde hoy, con menos ironía de lo que parece.
Al lado de Serrano, del director del Memorial, Jordi Palou, y de un servidor, Borojovich tomó la palabra y a todos los presentes se nos achicó el corazón. Empieza evocando su nacimiento en Svir, una pequeña localidad entonces en territorio polaco, y pronto nos hace entrar en los campos de exterminio. El superviviente habla tranquilo, sin afectaciones dramáticas, ni siquiera cuando debe explicarnos la pérdida de su hermana y su padre, o el reencuentro, poco antes de la liberación, con su madre. Pasó décadas encerrado en una burbuja de silencio y ahora, cuando la ha roto, ofrece un verbo que es funcional, casi neutro. «Para entender eso hay que haber estado allí», añade el testigo después de conducirnos hasta el límite, donde el detalle inverosímil descubre la verdad más descarnada.
El 15 de abril de 1945, los aliados liberaron Bergen-Belsen, el último campo donde habían trasladado a Isaac. Nos explica que cada año celebra esta fecha como si fuera un segundo cumpleaños. Observo su rostro y todavía veo al niño que plantó cara a la muerte. «Salí del campo pero siempre llevaré el campo dentro de mí», repite.