ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | Indignació retroactiva
2995
post-template-default,single,single-post,postid-2995,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

18 jul 2014 Indignació retroactiva

Que el Fòrum Universal de les Cultures Barcelona 2004 fue un enorme fracaso político y cultural ya lo sabíamos, pero ahora tenemos una información que confirma que aquella chapuza nacida de la nostalgia de los Juegos Olímpicos del 1992 fue todavía peor. La Sindicatura de Comptes ha revelado varias irregularidades en la planificación y ejecución de aquel macroacontecimiento que tenía que ser la nueva maravilla y debía tener una fabulosa continuidad en otros lugares. Decimos irregularidades, pero también podemos decir tejemanejes o corruptelas y tienen que ver con asuntos tan interesantes como la contratación de personal, dietas y viajes no justificados, pago de sueldos extra y gratificaciones, selección a dedo de patrocinadores y de empresas proveedoras, etcétera. En definitiva, un festival sensacional de fechorías donde el dinero público y las complicidades privadas beneficiaron a un grupito de privilegiados que transformaron en oro particular lo que sólo era humo.

Hace unos años, conocí a un alto directivo del Fòrum, un hombre espabilado que había pasado de la contracultura progre a los negocios protegidos por todas las administraciones. Este personaje me explicó con una claridad aterradora el tipo de mezcla de incompetencia y saqueo que supuso aquel montaje que sacó adelante un ayuntamiento de izquierdas con la colaboración de la Generalitat convergente y del gobierno. Los principales partidos políticos fueron, por lo tanto, responsables de un proyecto mal pensado y mal realizado. Hoy nadie responderá públicamente de aquel estropicio.

Han pasado diez años desde que el alcalde Clos inauguró el Fòrum a ritmo de samba. Entonces, sólo una minoría estaba en contra de aquello. La crisis ni se olía, la indignación todavía no se había convertido en el centro de gravedad del debate político y nuestros dirigentes democráticos no tenían manía alguna en malgastar el dinero con una alegría que ahora no toleramos. Esta experiencia dice mucho del triste papel que hemos tenido los ciudadanos antes de hoy, en que exigimos obsesivamente que el concejal de cualquier pueblo haga pública la declaración de renta y, si hace falta, también la marca y el color de su ropa interior: cuando los presupuestos no sufrían recortes, los administrados fuimos demasiado permisivos y aceptamos todos los caramelos y fábulas sin inmutarnos. «Barcelona és bona si la bossa sona», decían.

Seamos autocríticos, no nos limitemos a disparar con vehemencia contra los políticos que hemos votado. No es de recibo la indignación retroactiva si no va unida al reconocimiento sincero de la parte de irresponsabilidad que hemos tenido los de abajo. Supongo que nadie se ofenderá si recuerdo que los ciudadanos, en general, no somos mucho mejores que las personas que elegimos para que nos gobiernen.

Etiquetas: