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Francesc-Marc Álvaro | Pujol i Xirinacs
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01 sep 2014 Pujol i Xirinacs

La reacción de un número indeterminado de personas a la confesión de Pujol como responsable de un delito continuado de fraude fiscal ha sido la siguiente: “No pienso votar nunca más”. Según mi pequeño trabajo de campo, realizado en agosto, la frase ha sido expresada, sobre todo, por personas de una cierta edad, de los cincuenta para arriba. Es significativo que, para una parte de la ciudadanía, la manera de responder a la gran impostura del expresident sea plantearse la total inhibición, en vez de no votar a CiU, como sería más lógico. No sé qué valor estadístico puede tener esta actitud.

La buena noticia es que, para los catalanes de menos de cuarenta años, muy alejados vitalmente y culturalmente del pujolismo, el caso Pujol tiene un impacto muy menor. Eso protege el movimiento soberanista de una gran depresión, pero no lo hace completamente inmune a las reacciones antipolíticas primarias y que se pueden traducir, muy pronto, en abstencionismo y/o desvinculación de cualquier discurso político. También se pueden traducir, obviamente, en apoyo a partidos políticos que se pretenden motor de una nueva política.

El “no pienso votar nunca más” o la fascinación por la CUP y Podemos de personas de orden decepcionadas con Pujol, CiU y la política en general me ha hecho pensar en Lluís Maria Xirinacs, el senador más votado de España en 1977 y el hombre que decidió dejarse morir hace siete años como –según sus palabras– un “acto de soberanía”. El 11 de agosto del 2007, encontraron su cuerpo en una zona boscosa del Ripollès. La crisis económica todavía no había estallado, Montilla presidía la Generalitat gracias a ERC, hacía poco más de un año que los catalanes habíamos votado un nuevo Estatut y el TC todavía no lo había convertido en papel mojado. La independencia no formaba parte de la centralidad.

El fallecimiento del exsenador impactó en el mundo catalanista, sobre todo en aquellos sectores que se ubicaban en los márgenes. La tesis de una transición traicionada por los líderes –sostenida por Xirinacs– tuvo unos días de resurgimiento. Pujol calificó al muerto de “profeta” y remarcó que “nos ha estado fustigando durante muchos años y con su muerte también nos fustiga”. Considerando que el expresidente estaba en las antípodas de Xirinacs, aquellas declaraciones chirriaban. El artífice del “peix al cove” homenajeaba a un icono sagrado de los principios puros.

Si hoy viviera, Xirinacs, perdedor oficial de la transición, vería como la confesión a medias de Jordi Pujol refuerza su teoría, que es la de Fernández, Colau, la monja Forcades y otros. Y estoy seguro de que una parte de los antiguos votantes decepcionados del pujolismo querrían votar al exsacerdote.

El problema es que –consultas aparte– entre el cinismo de Pujol (y del PP-PSOE) y el nuevo puritanismo parece que hay poco espacio para una política que nos trate como adultos.

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