04 sep 2014 O unitat o res
El ministro Montoro hizo, este martes, un gran favor al movimiento soberanista, durante su comparecencia en el Congreso de los Diputados: todas sus palabras, acompañadas de la salsa agridulce de la represalia y el ensañamiento, dieron la razón a los que piensan –como yo- que el proceso que vive Catalunya es, por encima de todo, un intento de repartir el poder de una manera más justa, poniendo en cuestión los pactos y equilibrios forjados durante una transición que evitó una nueva guerra civil a cambio de someter la operación a la vigilancia estricta de unos militares que se lo debían todo al dictador fallecido en la cama. Aprovecho el viaje para corregir un dato que daba el lunes: el senador más votado en 1977 en España fue Josep Benet y no Xirinacs.
La agresividad extrema del ministro al referirse a Jordi Pujol nos indica que el grupo de poder que representa al PP se siente traicionado por alguien que consideraba “de los nuestros” a pesar de las distancias ideológicas. El expresident era el nacionalista moderado que siempre quería más pero que, a la hora de la verdad, actuaba como líder de un partido bisagra en el tablero español que aseguraba la gobernabilidad a cambio de un precio asequible. Las élites no tenían sorpresas. Recuerden que Pujol fue declarado “español del año» por el ABC. Recuerden que Aznar llegó a la Moncloa en 1996 gracias al entonces president, a quien el perdedor González aconsejó pactar con su adversario “por interés general”. Por cierto, Montoro intervino, al lado de otros, en las negociaciones entre PP y CiU que dieron lugar al Pacto del Majestic.
Un columnista de Madrid nada sospechoso de simpatías soberanistas como David Gistau resumió muy bien el error del ministro de Hacienda al hablar del caso Pujol: “Montoro logró ayer convertir el caso Pujol en una agresión del Estado que legitima el discurso independentista y en una invitación a sospechar de todos desde la Transición, del Rey abajo”. El tiro por la culata. Porque el nuevo movimiento soberanista no se puede entender si no se tiene en cuenta que une bajo la estelada el deseo de regeneración democrática, la reclamación de pleno reconocimiento nacional y la constatación de un trato económico y fiscal insostenible. Por eso el intento del Gobierno Rajoy de construir un relato que identifique soberanismo con corrupción está destinado a fracasar dentro de la sociedad catalana a la vez que –sin querer- convierte al unionismo oficial en la opción del chantaje, de los pactos de silencio, de las complicidades tóxicas y de las impunidades entrelazadas.
El discurso de Montoro es coherente con la estrategia de los poderes españoles para enfrentarse al desafío catalán: alimentar todo lo que sería susceptible de provocar la división y el caos en el campo soberanista. En este sentido, el caso Pujol genera división porque hace tambalearse los fundamentos de CiU, formación imprescindible para asegurar una mayoría favorable a la creación de un Estado catalán independiente. Que Pujol no quiera comparecer en el Parlament hasta después del 22 de septiembre confirma que la estrategia de la defensa de la familia del expresident hace mucho daño a una CDC que necesita frenar el asedio de la sospecha indiscriminada. Si Mas y Rull no se atreven a hacer cirugía de guerra, la reconstrucción de la credibilidad no pasará por una refundación sino por una demolición. Los miles de votantes de la todavía primera fuerza nacionalista merecen un poco de respeto.
La división es el arma principal del Gobierno para poner fin al legítimo anhelo de una mayoría de la sociedad catalana de decidir su futuro. División que –si no hay inteligencia ni generosidad- se podría dar en muchos ámbitos del soberanismo: dentro de los partidos, dentro de las entidades, entre los primeros y las segundas, entre siglas diversas, entre dirigentes… El pronóstico de los estrategas de Rajoy es que la desunión del soberanismo, después de un 9 de noviembre en que no se pueda realizar la consulta, incrementará las desconfianzas, los reproches, el desánimo, el cansancio y que, más pronto que tarde, este cuadro acabará debilitando los liderazgos soberanistas, especialmente el de Mas, que es la pieza que Madrid quiere cazar desde el primer día. Todas las decisiones que se tomen desde hoy en Catalunya –Mas y Junqueras no pueden ignorarlo- deberían tener como principal objetivo desmontar este pronóstico. Sé que es imposible que los aparatos de los partidos dejen de lado sus cálculos, pero es innegable que, ahora más que nunca, el éxito o el fracaso de este proyecto depende de dos factores: que los soberanistas eviten errores y que la movilización no se desbrave.
Unidad y control hábil de los tiempos para hacer lo que toque. Estos son los únicos principios que la estrategia soberanista no debería incumplir, pase lo que pase en los próximos meses. Mientras, a favor del proceso consigno dos realidades que pueden pasar inadvertidas en medio del ruido. Primera: Madrid, finalmente, se ha convencido de que tiene un problema grande con Catalunya y que no es un simple calentón. Segunda: por primera vez en la historia y desde hace dos años, el mundo sabe que existe la nación de los catalanes y la reconoce como actor político, por mucho que Margallo ponga palos en las ruedas.