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Francesc-Marc Álvaro | Sánchez i Vázquez
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19 sep 2014 Sánchez i Vázquez

No es sólo la camisa blanca como uniforme, es también una cierta predisposición a llevar la representación política hasta los límites, allí donde la parodia involuntaria sustituye a la audacia y, sobre todo, a las ideas. El nuevo líder del PSOE llamó el otro día a un programa televisivo de chismes del corazón y el hígado para hacer saber que no le gustan los toros. Antes de la llamada, Jorge Javier Vázquez, presentador de Sálvame, había explicado a su audiencia que no volvería a votar al PSOE porque el Ayuntamiento de Tordesillas, gobernado por los socialistas, permite una celebración de origen medieval conocida como «el Toro de la Vega», que consiste en que la gente clava lanzas a un toro que corre, hasta morir, por las calles del pueblo. Consciente de que Vázquez es un líder de opinión para muchos ciudadanos de las Españas, el nuevo encargado de uno de los dos partidos dinásticos tuvo prisa en hacer saber que su sensibilidad renegaba de las fiestas con toros, no sea que el voto urbano de media tarde caiga en manos de Rosa Díez o Podemos.

El episodio es bonito, porque describe qué tipo de personaje es Sánchez y qué concepto tiene de sus potenciales electores. Los sociólogos de guardia utilizan el termómetro como el bisturí: la España de los Botejara acepta los gais, reniega de los toros, pero sigue pensando que aquí hablamos catalán para molestar. Si no puede imitar el populismo de Podemos, Sánchez ensaya otra demagogia soft que, por el módico precio de desmarcarse de la «fiesta nacional», lo lleva a intentar repescar votantes. Son apoyos perdidos que anhela, entre los jóvenes, las mujeres y la buena gente que recicla, tiene coche híbrido, compra producto ecológico y se marea ante las corbatas del PP. Antes, al progresismo oficial le bastaba con la chaqueta de pana de González y la retórica de ateneo antiguo de Guerra. Ahora, en cambio, la izquierda se diferencia de la derecha porque se solidariza con una pobre bestia que contribuye al color local y al negocio turístico. Recuerden que el banquero recientemente fallecido dictaba a Zapatero, como un apuntador de teatro, lo que había que hacer o deshacer.

Sánchez reclamó el perdón catódico de Vázquez y, ayer, un tal Luena, secretario de organización del PSOE o cosa similar, dijo que el president Mas «parece un zombi» y que «se le ha ido la olla». Gran política. Estoy seguro de que Iceta debe estar encantado al comprobar la enorme inteligencia que brilla en la sede de la calle Ferraz cuando quieren colaborar en resolver los problemas. Con amigos de este nivel, los socialistas catalanes no hace falta que dediquen dinero a encuestas, les será más provechoso apuntarse a clases de macramé o hibernar tres décadas. Suerte que Carme Chacón, tan hábil al escoger compañeros de viaje, nos lo arreglará.

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