30 ene 2015 La nova estupidesa
Muchos se han sorprendido: el 33% de los jóvenes consideran aceptable o inevitable controlar a la pareja, hasta el punto de impedirle que vea a su familia o amigos, no permitir que trabaje o estudie, o decirle las cosas que puede hacer o no. Los datos salen de un estudio que ha elaborado el CIS sobre la violencia de género y la adolescencia y la juventud. Desconcierta comprobar que un tercio de los jóvenes españoles no ven que el control excesivo es una forma de violencia que, en determinados casos, puede conducir a las agresiones físicas y que siempre es una limitación de la libertad y de la igualdad. Los adolescentes tienen problemas a la hora de interpretar -a pesar de la información que reciben- qué es la violencia de género y qué es una actitud machista. El uso compulsivo que muchos hacen de los smartphones y las redes sociales provoca que el asunto del control obsesivo de la pareja sea todavía más complicado.
¿Puede ser que nuestros hijos sean hoy más machistas y controladores de lo que lo eran nuestros padres, educados en una cultura anterior a los cambios de mentalidad de los años sesenta del siglo XX? ¿Cómo puede ser que en una sociedad donde se discute en los medios sobre cuántas mujeres hay en un gobierno todavía haya chicos que tratan a su pareja como un objeto sin voluntad? Leo que las autoridades esperan que, una vez más, sea la escuela la institución que haga el papel de bombero ante el incendio. Los maestros tienen motivo para estar cansados.
Diría que ni los sociólogos, ni los pedagogos, ni los tecnólogos tienen la respuesta que puede sacarme de la profunda inquietud que me provoca pensar que el nuevo cavernícola es un adolescente de 16 años que, móvil en mano, se dedica a controlar los chats de la novieta de turno y a prohibirle que se conecte. Es la inquietud de comprobar que determinados mensajes positivos que remarcan valores de igualdad y respeto (y sobre los cuales el consenso social es casi unánime) no llegan a una parte de las nuevas generaciones, que asume valores reaccionarios y rancios, multiplicados gracias a las tecnologías de la comunicación de más moderna factura. ¿Qué impide que determinados jóvenes españoles del siglo XXI no sepan todavía que la pareja no debe vivir enjaulada?
Salgamos de las escuelas un momento. Salgamos también de los medios, que siempre son el chivo expiatorio fácil cuando algo chirría. ¿Qué hacemos en las familias, cada día, para evitar esta nueva estupidez? ¿Qué hacemos, padres y madres, para anticiparnos al surgimiento del nuevo machista 2.0? ¿Sabemos transmitir actitudes que traduzcan un sentido vivido de libertad, igualdad y respeto o dejamos que el azar modele el futuro? ¿Somos capaces de detectar a tiempo los actos tóxicos y destructivos entre los que precisamente más queremos?