12 feb 2015 La violència del procés
El profesor Manuel Cruz, presidente de Federalistes d’Esquerres, ha escrito recientemente que, en torno al proceso catalán, hay “benevolencia de algunos de mis conciudadanos con determinadas formas de violencia blanda” lo cual, según ha añadido, le evoca algunas imágenes de las películas de Torrente, aunque unas líneas antes no puede privarse de relacionar el soberanismo con “la escena de la película Cabaret en la que un grupo de jóvenes nazis, brazo en alto, irrumpían en un merendero de montaña alpino e invitaban a todos los asistentes a cantar con ellos Tomorrow belongs to me”. No perderé ni un minuto en comentar esta comparación, que se inscribe, como otras, en el intento sistemático de desfiguración y denigración de un movimiento democrático y pacífico que, como sabe perfectamente Cruz, no tiene relación alguna con la doctrina destructiva imperante en la Alemania de los años treinta. Lo que me interesa es abordar el asunto de una supuesta violencia –blanda o dura- vinculada al proceso soberanista. Y, en este aspecto, debo dar la razón al profesor: hay violencia, efectivamente. Es fácil de ilustrar esta realidad.
Violencia dentro del proceso soberanista es, sin duda, que desde la Fiscalía General del Estado se obligara a renunciar al cargo al anterior fiscal jefe de Catalunya, Martín Rodríguez Sol, porque había osado decir que la ciudadanía debía ser escuchada. Violencia dentro del proceso es que el Gobierno español decidiera que no se le renovaba la cátedra Príncipe de Asturias de la Fundación Endesa en la Universidad de Georgetown a la prestigiosa economista Clara Ponsatí, porque había manifestado públicamente, sus opiniones favorables a la independencia. Violencia dentro del proceso es que la diplomacia española impidiera la presentación anunciada de la novela Victus, de Albert Sánchez Piñol, en la sede de Utrecht del Instituto Cervantes. Violencia dentro del proceso es que el CGPJ se plantee apartar al juez Santi Vidal de la carrera judicial por haber tomado parte, en su tiempo libre, en la redacción de un borrador de Constitución. Violencia dentro del proceso es que se haya publicado como hecho cierto –inspirado por cloacas oficiosas- que Xavier Trias tenía cuentas no declaradas en bancos de Andorra y Suiza, extremo que el alcalde de Barcelona pudo negar rotundamente con documentos. Violencia dentro del proceso es que la ANC y Òmnium hayan sido víctimas de ataques informáticos y de varias campañas de desinformación desde determinados medios. Violencia dentro del proceso es que la Fiscalía haya decidido poner querellas contra el president Mas, la vicepresidenta Ortega y la consellera Rigau por la consulta alternativa del 9-N. Violencia dentro del proceso es también que un grupo de fascistas españoles (estos sí con el brazo en alto como en Cabaret) atacara la librería Blanquerna, sede de la Generalitat en Madrid, durante un acto con motivo de la Diada, el 2013.
¿Es dura o es blanda, esta violencia? Federalistes d’Esquerres podría, por ejemplo, convocar un seminario y analizar con finura la naturaleza de esta violencia, no mencionada por Cruz. Seguro que una entidad tan interesada en favorecer el diálogo cuenta con mentes muy preparadas para evaluar el problema en toda su complejidad. Con todo, quizás lo que algunos ahora denominan violencia soberanista (blanda, dura o semiblanda) no es otra cosa que la pérdida de la posición ideológica y social dominante, ni más ni menos. Quien durante años ha controlado el patio, desde medios, cátedras universitarias y editoriales, acostumbra a llevar muy mal la aparición de fenómenos que resquebrajan, cuestionan y cambian el mundo confortable en el cual se ha vivido y se ha ejercido una forma de poder. Cuando ciertos intelectuales o similares tienen un poco de poder no son mejores que los políticos o los banqueros, al contrario. Y cuando sienten amenazado este poder también se pueden poner muy nerviosos.
El soberanismo era un elemento con el cual muchos profesionales de la palabra y el funcionariado académico no contaban. Estaban mentalizados para el combate típico en el eje izquierda-derecha pero no para tener que discutir sobre una Catalunya independiente. Por eso una salida habitual de no pocos intelectuales catalanes contrarios al soberanismo es ridiculizar diariamente la parte de sociedad que ha abrazado esta idea, siempre desde una supuesta superioridad moral y profesional que se otorgan ellos mismos. Esta actitud de permanente superioridad y menosprecio al juzgar un movimiento democrático y pacífico es también una forma de violencia. Una violencia que busca rebajar la entidad del otro para presentarlo como un tonto, un idiota. La operación es fácil, sólo hay que soltar alguna frase, como de paso, donde se concentre la mentira y el odio a partes iguales, como hace el mencionado Cruz en un artículo del año 2012, muy interesante: “Para ser nacionalista, en cambio, no hace falta haberse leído un solo libro: basta con apelar a un sentiment, el cual se da por descontado”. El soberanista es, como todo el mundo sabe, un inculto, un primario, Hay que convertir al enemigo en una caricatura para que el pim-pam-pum sea más ruidoso. Los unionistas (federalistas de izquierdas incluidos) luchan contra infrahombres, tienen mucha suerte.