24 abr 2015 Destruir les barques
Destruir las barcas donde los nuevos traficantes de esclavos apilan a los desesperados que huyen de la guerra, la tiranía, el hambre y la miseria para llegar a nuestro mundo. Destruir el transporte precario que a menudo se convierte en el espacio de muerte en medio del Mediterráneo y de la más vergonzante indiferencia. Esta es una de las soluciones que apunta Dimitris Avramópoulos, comisario de Interior de la UE. Capturar mes barcas y destruirlas para que las mafias de la inmigración ilegal no lo tengan tan fácil para enriquecerse con las personas que se lo juegan todo por un futuro. Destruir barcas para frenar un drama que no tiene nada que ver con la navegación sino con el deseo humano –intemporal y propio de nuestra especie- de salir de las tinieblas y progresar.
No critico la medida. No soy experto en inmigración, fronteras, mafias ni en subdesarrollo. Pero el sentido común me dice que, más tarde o más temprano, volverá a haber barcas para meter a gente de cualquier manera. Siempre habrá algo que flote donde colocar hombres, mujeres y niños. A unos mafiosos les relevarán otros: la necesidad urgente del que huye y la codicia del que quiere sacar partido de la situación desembocan en la tragedia. Los ejércitos y las policías destruirán unas barcas y, durante unas semanas o meses, parecerá que las costas de Europa vuelven a ser una postal turística, plácida y apta para bañistas. Tendremos la sensación de que en la otra orilla no hay más gente esperando para saltar, pero no será así. Porque la mafia es el problema pero no es el origen del incierto viaje: el motor de esta historia es la voluntad de vivir y de vivir mejor, el ansia de no dejarse pisar, el anhelo de dignidad. Por eso se arriesgan a morir, porque quedarse no es vida.
Destruirán las barcas y distribuirán las imágenes de esta acción, como una victoria sobre los malvados y como una garantía. Será un gesto plausible, hay que admitirlo: los mafiosos tendrán dificultades antes de que no encuentren la manera de volver a su negocio siniestro. Pero volverán. Salvando todas las distancias, la medida de destruir las barcas me hace pensar en el debate clásico sobre si había que bombardear las vías de tren que conducían a los campos de exterminio nazis. En algunos informes de inteligencia de los aliados, se especuló con la posibilidad de destruir las infraestructuras que hacían posible que las fábricas del crimen industrial funcionaran sin pausa, pero eso nunca se llegó a concretar. Británicos y norteamericanos dieron prioridad a otros planes. Bombardear las vías que acababan en el andén de Auschwitz habría postergado quizás algunas muertes, pero no habría impedido la aniquilación masiva: los servidores de Hitler –como hoy los mafiosos- siempre tenían una alternativa para lograr su objetivo.