15 may 2015 Acte de guerra
Siempre hay quien no ve más allá de la nariz. Pero resulta evidente que la ofensiva de Wert contra el catalán no es sólo un asunto de oportunismo electoral para competir con C’s en contundencia e impulso españolista. Lo que hace Rajoy –no Wert como si jugara solito- es aplicar un proyecto muy bien pensado en los laboratorios de la FAES desde hace más de una década. El objetivo no es ningún secreto, se ha teorizado en muchísimos papeles y se ha formulado desde varias tribunas: extirpar todo lo que convierte Catalunya en un territorio anómalo dentro del Estado e ir reconfigurándolo como una segunda Valencia, donde el nacionalismo y sus productos derivados sean cada vez más irrelevantes, residuales e ineficientes. Es la versión posmoderna y constitucional de lo que otros habían intentado por medios más expeditivos antes. La lengua catalana no es sólo de los nacionalistas, por descontado. Pero el neocentralismo necesita romper la columna vertebral del idioma para tratar de provocar el conflicto civil. Animar a los padres a salir de la inmersión es exactamente eso. Implicar los tribunales todavía lo es más. Es –soy preciso- un acto de guerra.
Obviamente, todo esto tiene poco que ver con la cultura y la instrucción. Es una batalla de poder. La pregunta es antigua como el mundo: ¿quién manda aquí? La respuesta la darán los directores de los centros educativos donde, a partir de ahora, la ley catalana es papel mojado. Que esto pase cuando una parte importante de la sociedad catalana pide plena soberanía no es casual. Pueden hacer manifestaciones con estelades –dicen los profesionales del Estado que pagamos- pero, a la hora de la verdad, deben obedecer las sentencias y callar. Eso es el poder y el resto es folklore. Además, que el clima sea de guerra simbólica no implica, sin embargo, que la lista de aspirantes a héroe sea larga. Nunca lo es. Tampoco nada es gratis.
El sabio August Rafanell nos ilumina desde La llengua silenciada: hacia finales del Setecientos, “por primera vez en todos los tiempos que nos son conocidos, el español pasó de ser una mera probabilidad a ser una consumada realidad; y como consecuencia, el catalán pasó a ser simplemente consentido”. ¿Un idioma moribundo? La Renaixença, Barcelona, el catalanismo y el embrión de una cultura de masas evitaron que el catalán acabara como el occitano. Ni Franco consiguió terminar lo que establecía la Nueva Planta. Hoy, Wert vuelve a la carga y lo hace mintiendo. La memoria putrefacta: comparar la inmersión con la prohibición franquista y negar el perdón a los deportados republicanos, la misma miseria moral. El neutral de turno tiene mucha razón: no nos hicimos independentistas sólo por una sentencia del TC sobre el Estatut, fue –sobre todo- para no acabar como los indios borrachos de la reserva.