25 jun 2015 Seduir qui no vol ser seduït
El odio visceral de determinados grupos y entornos a Mas es uno de los fenómenos más relevantes de los tiempos que estamos viviendo en Catalunya. Este odio –como bien ha escrito Toni Aira- no proviene sólo de la izquierda radical o la derecha españolista, a veces se añaden a él independentistas de toda la vida e, incluso, comentaristas oficialmente moderados que saben que hoy da puntos ante el amo lanzar dardos envenenados a un político que no puede replicar y que podría ser inhabilitado. El espectáculo miserable de acoso mediático a Mas irá creciendo hasta el 27-S.
Visto el contexto de odio contra Mas no me extrañó que una frase pronunciada por el president en su discurso del sábado en Molins de Rei –cuando propuso que las entidades soberanistas se comprometan en una candidatura transversal- fuera utilizada como munición fácil contra su persona. Algunos –también ciertos soberanistas de buena fe- corrieron a criticar a Mas airadamente por haber osado decir esto: “El ‘sí se puede’ que escuchamos hace unos días en la plaza Sant Jaume, aquel ‘sí se puede’, tiene muy poco que ver con el autogobierno de Catalunya, tiene muy poco que ver con la soberanía y tiene muy poco que ver con el referéndum sobre el futuro político del país. Tiene que ver con otras cosas, que no desprecio para nada, ni un poco”.
Para ciertas voces, Mas se equivocó porque enfrentaba a la gente del soberanismo con la del “sí se puede”, en un momento en que los partidarios de la independencia tienen que intentar seducir a todo el mundo, sobre todo a la gente que está a la izquierda (se ve que los ciudadanos de centro y de derecha no votan o no son tan simpáticos o deben ser regalados al unionismo). Andreu Barnils expresó con contundencia su visión: “Aquí tenemos todo un movimiento de seducción, frágil y delicado, entre independentistas y Ada Colau que hace tiempo que dura. Pero todo se aguanta por los pelos, tenemos que ir con cuidado, y llega usted [Mas] y los insulta en la cara”. Pero Mas no insultó a nadie el sábado, ni a las personas que gritan ‘sí se puede’, ni a las que pitaron contra su nombre durante la toma de posesión de la nueva alcaldesa barcelonesa, ni a los dirigentes políticos de moda que le califican de “ladrón”, de “corrupto” y de “mafioso” cuando dan un mitin o van a la tele, como pasó durante la campaña. Mas se limitó a subrayar la evidencia y a señalar ciertas confusiones, a la vez que abría su propuesta a gente tan diferente como los democristianas, los ex-PSC y los ex-PSUC.
Algunos pueden jugar a hacerse los ingenuos o los ofendidos, pero la realidad que tenemos delante no se puede desfigurar cambiando frases. Hay una lucha clara para fijar el frame dominante de la campaña del 27-S, lo hemos comentado aquí recientemente. Ante el frame “independencia sí o no” (que es el propio de unas plebiscitarias sobre la soberanía de Catalunya) está el frame “echar a Mas”, impulsado por partidos como ICV-EUiA, Podemos y Procés Constituent, y asumido también, desde la otra orilla ideológica, por PP y C’s. Por lo tanto, los que quieren unos comicios sólo para cambiar el Govern ya están confrontados, de entrada, con Mas (y teóricamente también con ERC y la CUP), porque la batalla primera se hace, justamente, para determinar el carácter real del 27-S.
Tienen razón lo que dicen que entre militantes y votantes de ICV-EUiA y Procés Constituent hay independentistas, como los hay entre los concejales y votantes de Ada Colau. No sabemos cuántos, pero existen. Ahora bien, eso no entra en contradicción con la frase de Mas, por dos motivos. Primero: en ningún caso, estos independentistas de ICV-EUiA, de la monja Forcades y de Colau votarían nada que tuviera que ver con Mas, es más lógico que –por ideología- tengan confianza en opciones como ERC y la CUP. Segundo: Podemos (contra lo que piensa algún ideólogo extraviado y contra casos excepcionales como Badalona) tiene poca permeabilidad al independentismo; es un partido que defiende sin manías una Catalunya en España y que, además, combate las tesis soberanistas y, especialmente, la figura de Mas, con los tópicos más rancios (como ha denunciado Cotarelo).
De todos modos, la falsa polémica sobre la frase de Mas pone de relieve el paternalismo condescendiente, ingenuo y doctrinario que se esconde detrás de expresiones del tipo “hay que seducir a los que votan Podemos”. Cuando el soberanismo resume su necesidad de más apoyos a partir de este esquema es notorio que hay un análisis deficiente. Si tú te sientes más atraído por Podemos que por ERC o la CUP, es que tienes unas lealtades nacionales muy claras y no tienes ganas de que nadie te las cuestione. Si amas la retórica anti-casta, no eres un indeciso a la espera de que los ángeles de la buena nueva soberanista te expliquen, por ejemplo, que cercanías de Renfe es una mierda a causa de la falta de inversiones de Madrid, porque tú confías en que el camarada Iglesias lo arreglará todo sin que debas cambiar de bandera. La película no va de convertir almas, como parece si escuchas a algunos estrategas.
Seducir a quien no quiere ser seducido es una pérdida de tiempo y de energías. El soberanismo tiene que llegar todavía a muchos catalanes, pero no debe seducir a los que ya han comprado otra ilusión. He ahí el reto urgente del cual no habla casi nadie.