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Francesc-Marc Álvaro | Als ulls del finlandès
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29 jun 2015 Als ulls del finlandès

Hace días que digo que, a los ojos de un observador finlandés sin prejuicios, el soberanismo parece que esté buscando la derrota el 27-S en vez de la victoria, mientras otros actores van a por todas. De las responsabilidades de esta situación hemos hablado en artículos anteriores y hoy no lo haremos. Añado –porque es cierto y también para quitar dramatismo- que en política las cosas pueden cambiar en poco tiempo, todavía hay partido, que dicen los cronistas futbolísticos. Faltan tres meses y –se esté a favor o en contra de la independencia- hay que seguir el consejo de López Burniol: “embridar los sentimientos, domeñar la lengua y enfriar los ánimos”.

“¿Qué crees qué pasará?”, me preguntan amigos y conocidos en medio de un bochorno que hace muy difícil el arte del pronóstico. Seamos prudentes: no lo sé. El finlandés, que se lo mira todo virginalmente, dice: “no descarten una especie de empate entre opciones soberanistas y las que no lo son, tengan en cuenta un panorama en el cual nadie ganase con claridad y se tuviera que gestionar la debilidad de todo el mundo”. Todavía hay partido, decíamos. Pero cuidado con los símiles deportivos. Michael Ignatieff, el profesor canadiense que intentó gobernar su país y no lo logró, escribe en Fuego y cenizas algo que –salvando todas las distancias- me parece muy esclarecedor para los catalanes de hoy: “El problema es que calificamos a la política de juego, pero en realidad no lo es. No existen los árbitros, y los equipos reescriben las reglas sobre la marcha. No puedes reclamar falta o fuera de juego en la política. Casi todo vale. En el deporte se juega con unas reglas. En la política se juega y el ganador reescribe las reglas con posterioridad”. Los poderes del Estado y los partidos contrarios a la secesión –empezando por Podemos-ICV- lo tienen clarísimo. Ahora bien, de las lecciones de Ignatieff también se puede extraer que nada está escrito, porque la política es “un encuentro supremo entre la habilidad y el poder de la voluntad, y las fuerzas de la fortuna y el azar”. Sin saberlo, los soberanistas optimistas sintetizan este factor con una frase muy repetida: “en el último momento, el Estado español no nos fallará y nos ayudará sin quererlo”.

El soberanismo tenía tanto miedo de caer en las limitaciones del catalanismo político clásico que ha olvidado que la gran fuerza de los contrarios a la independencia es, justamente, la pulsión identitaria, el tamaño de la bandera, que diría Sánchez. Identitarios también son C’s y Podemos, enseñe o no Iglesias los colores republicanos. El soberanismo ha escrito docenas de libros que apelan con cifras a la vida cotidiana y material y, feliz, ha regalado el discurso de los afectos y las emociones al rival. ¿Error? “El voto –afirma Ignatieff- es una expresión de lealtad simbólica más que una expresión fundamental de los intereses”.

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