17 jul 2015 Anònims com Gröning
Esta sentencia nos habla de un tiempo muy antiguo y muy cercano a la vez: cuatro años de cárcel para Oskar Gröning, conocido como el contable de Auschwitz, por complicidad con el asesinato de 300.000 judíos. Es casi seguro que el antiguo miembro de las Waffen-SS no entrará en prisión, sus 94 años y su estado de salud le protegen. Gröning era un anónimo que, como tantos, estuvo al servicio del sistema creado por Hitler. Estamos ante un don nadie que formaba parte de la burocracia de los campos de exterminio. La justicia alemana ha decidido que este personaje menor pague lo que otros nunca pagarán. La falta de pruebas directas para incriminar a los que estaban allí dejó este infierno bajo la alfombra. El pasado europeo es también esto, hay que saberlo. En España, donde existe una fundación dedicada a la figura de Franco y donde el grupo neonazi del asesino de Guillem Agulló es absuelto por el Supremo, abordar estas cuestiones viene a ser como intentar clavar un clavo con una almohada.
Simon Wiesenthal, que sobrevivió a varios campos y se convirtió en el más famoso cazanazis, escribió un libro imprescindible, Los límites del perdón, a partir de su experiencia ante sus verdugos. Es revelador lo que cuenta de la inmediata postguerra: “Lo que al principio nadie podía creer, principalmente porque la mente humana es incapaz de comprenderlo en toda su enormidad, lo fueron demostrando las pruebas. Poco a poco vieron que los nazis habían cometido crímenes demasiado terribles como para ser ciertos. Pero en poco tiempo los sacerdotes, los filántropos y los filósofos instaron al mundo a que perdonara a los nazis. A la mayoría de esos altruistas ni siquiera les dieron un tirón de orejas y, sin embargo, pedían compasión para los asesinos de millones de inocentes. De hecho, los sacerdotes dijeron que los criminales tendrían que presentarse ante el Juez Supremo y que, por tanto, podíamos eximirlos de los juicios terrenales, algo que les convenía sumamente a los nazis. Como no creían en Dios, no temían al Juez Supremo. Sólo temían a la justicia terrenal”. El cinismo devastador que describe Wiesenthal es coetáneo de la respuesta terrible que encontraron muchísimos supervivientes de los campos al regresar a sus casas: la moral del vecino tendía ser la del rechazo, la de la incredulidad y la de la incomodidad. El silencio no fue más que un escudo. Después de la liberación, aquellas historias de hornos crematorios estorbaban.
Gröning no existe, no es ni una metáfora para aquietar conciencias. Es un eco de algo que pudo haber sido y no fue, el reflejo de una sombra en el fondo de un pozo, al que no hay cojones de asomarse. Gröning es el títere malo de un teatro anacrónico, la boya absurda en medio de un océano de injusticia que nos tragamos y vomitamos sin notarlo.