11 sep 2015 Una guerra no dita
Ayer por la mañana recibí un mensaje de WhatsApp de mi buen amigo Pau Orriols, luthier, músico y hombre de bien. Lo reproduzco traducido con su permiso: «El 21 de junio de 1979 el grupo de teatro L’Estaquirot tuvimos el accidente con la furgoneta (en que murió Montse Bardí) en El Perelló, exactamente en el mismo lugar que el accidente de ayer… ¡Mira si hace años que tenemos el problema por resolver!». Quedé patitieso y se lo dije. Entonces, Pau me hizo llegar un segundo mensaje: «Sí, chico. ¡También fue contra un camión! Estos días pienso en Montse. Ella salía en la primera portada del libro Oferiu flors als rebels que fracassaren, de Pi de Cabanyes». Han pasado treinta y seis años desde aquel siniestro y todavía hoy, en este punto negro de la N-340, siguen muriendo personas en una especie de guerra no dicha, en medio de una indiferencia escalofriante de los poderes públicos.
La gente de las comarcas afectadas ya ha llegado al límite de la paciencia. Los alcaldes concernidos han preparado una protesta y el RACC se ha pronunciado con claridad. Mientras no se construya una variante, hay una solución inmediata que, además, ya se ha aplicado en la N-II en Girona. Pero la falta de acción es exasperante. Este caso sirve perfectamente para observar qué impacto tiene en la vida de cada día lo que hacen y no hacen las administraciones. ¿Quién decía que la política es un universo incomprensible y alejado? Tomar decisiones políticas o no, invertir o no en determinadas infraestructuras, dar importancia o no a situaciones graves… Todo eso transforma nuestra existencia, a veces radicalmente. El resultado de no hacer nada es dejarlo todo al azar y esperar que las ambulancias lleguen a tiempo para salvar lo que se pueda. La lección que se desprende sobre el interés general es tan obvia que resulta extraño tener que subrayarla.
La añorada Montse Bardí y muchas otras personas fueron víctimas de una suma de incompetencia, olvido y vulneración sistemática del mencionado interés general. Hacer política es -además de tener grandes proyectos para favorecer el progreso de una sociedad- detectar lo urgente, lo importante, lo imprescindible y -sin perder tiempo- actuar con determinación. La primera obligación del Estado -de cualquier Estado- es proteger la vida de sus ciudadanos, he ahí el contrato básico que hay que invocar si hablamos de la N-340. Si eso falla, quedamos a merced de la selva y, entonces, la burocracia que pagamos se convierte en un lujo. Si tú ejerces de político y no haces nada para mantener este contrato, tu función deja de tener sentido.
Mi amigo Pau me ha recordado que las cosas -en general- no pasan sin motivo y que el dolor puede provenir también de lo que los antiguos denominaban mal gobierno. Y eso, muy a menudo, significa pasar de la gente.