24 sep 2015 El meu sí
Voté por primera vez en el referéndum sobre la OTAN del 12 de marzo de 1986. Recuerden que aquella consulta venía marcada por el viraje del PSOE. González, que había prometido desde la oposición que España no entraría nunca en la alianza militar del bloque occidental, tuvo que hacer lo imposible para conseguir el cambio de opinión de su electorado. Si alguien quiere saber lo que es propaganda gubernamental de la dura, sólo debe revisar aquella campaña, y especialmente el papel clave de TVE, donde ciertos periodistas que hoy dan lecciones enciclopédicas de deontología forzaron la realidad hasta el esperpento. Algunos que ahora sobresalen en el discurso del miedo contra el soberanismo se graduaron en técnicas del tren de la bruja aquella temporada.
Ha llovido mucho desde entonces. Europa, España y Catalunya han cambiado profundamente. La guerra fría y el bloque soviético son historia. También han cambiado las mentalidades, aunque las de ciertos sectores parecen ancladas en la época del conde-duque de Olivares. En todo caso, estamos dispuestos a votar otra vez, en unas elecciones formalmente autonómicas que -se acepte o no- son otra cosa. Estos comicios intentan preguntar lo que se debería haber preguntado en un referéndum oficial y pactado al estilo del que los escoceses celebraron de acuerdo con el Gobierno británico. Las negativas del Gobierno de Rajoy a escuchar nos han llevado a un referéndum por la puerta de atrás, para elegir entre una Catalunya dependiente de las órdenes de Madrid y un nuevo Estado catalán tan interdependiente como hoy lo son Dinamarca, Holanda o Chequia.
Este próximo domingo yo votaré sí a la independencia, confesión que no extrañará a los que me leen. Y más concretamente votaré Junts pel Sí, porque pienso que es la manera de asegurar un resultado claro y sólido que se pueda comprender en todo el mundo. Asimismo, soy del criterio que dar el voto a la lista que encabeza Raül Romeva facilitará la gobernabilidad en un momento en que es imprescindible que las instituciones combinen eficacia, inteligencia, audacia, prudencia y una gestión del día a día que sepa abordar retos a medio plazo y prioridades urgentes. Si el soberanismo obtiene una mayoría amplia en el Parlament, tendrá plena legitimidad para abrir la puerta a una nueva situación que -más tarde o más temprano- deberá conducir a una negociación de alto nivel. ¿O es que alguien pretende encarcelar a miles de personas? Aunque algunos lo repitan en tertulias, un movimiento de gente pacífica que vota no tiene nada que ver con un golpe de Estado.
Si digo lo que votaré no es para convencer a nadie. Los lectores de este diario piensan y votan lo que quieren, como debe ser. Si lo explico es para subrayar que, a pesar de las amenazas y presiones para frenar ciertos puntos de vista, me siento muy libre para seguir hablando como siempre: de acuerdo con mi conciencia, con respeto por el público y sin creerme en posesión de ninguna verdad absoluta. Intento que mis ideas no desfiguren mis actitudes, y por eso valoro y sigo a colegas que piensan diferente, por ejemplo al querido Antoni Puigverd. Por cierto, lamento que alguien que pretende pasar por periodista serio -pero incapaz de controlar los nervios y el sectarismo- haya intentado enfrentarnos desde Twitter, haciendo listas de buenos y malos. Como también hay que lamentar que Societat Civil Catalana, especializada en difamar y mentir sobre el soberanismo, quiera representar a los catalanes de buena fe contrarios a la secesión. Ayer mismo, uno de los portavoces de este grupo hacía un artículo sobre el proceso donde mencionaba el partido nazi y la Constitución de Weimar.
Procuro no engañarme ni engañar. Alcanzar un Estado catalán independiente no es una tarea fácil y, una vez conseguido, no tendremos ningún país de las maravillas. Hay que admitirlo. Pero es completamente falso que Catalunya quedará perdida en el limbo internacional y que caerán sobre nosotros todo tipo de desgracias. La penosa metedura de pata de Rajoy en Onda Cero pone en evidencia que cuando mientes sin traba olvidas incluso la verdad que dices defender. Si el soberanismo tiene bastante fuerza política y social, al final, Madrid tendrá que negociar: eso se sabe allí, se sabe aquí y se sabe en Bruselas. No obstante, el unionismo es prisionero del pánico y por eso vemos al gobernador del Banco de España haciendo el ridículo. En muchos discursos, hay una inmoralidad nada disimulada: nos avisan de grandes catástrofes los mismos que insinúan que podrían provocarlas, como represalia si nos marchamos.
Parafraseando una famosa expresión, «no es sólo la economía, estúpidos!». Si una parte central y muy activa de la sociedad ha llegado hasta aquí es por el déficit fiscal pero también por respeto a nosotros mismos; por la falta de inversiones en infraestructuras pero también porque queremos dejar de ser ciudadanos bajo sospecha; porque defendemos la inmersión lingüística pero también porque hemos contribuido a mejorar España durante más de cien años mientras se nos niega el reconocimiento más básico; todavía hoy ni Rajoy ni Sánchez aceptan que Catalunya es una nación. Y desde Madrid no ofrecen ningún proyecto estimulante. Por todo eso, y por mis hijos, votaré sí el domingo, responsablemente y sin miedo.