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Francesc-Marc Álvaro | Mas, la ròtula
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01 oct 2015 Mas, la ròtula

La imputación del president Mas pocas horas después de la celebración de las elecciones coloca el foco sobre su figura cuando el hecho más nuevo y relevante que las urnas nos regalan es que, por primera vez, el independentismo gana y obtiene la mayoría absoluta en el Parlament, tras una campaña muy sucia por parte de los poderes del Estado y muchos medios. El catalanismo se ha transformado en soberanismo tal y como, hace más de cien años, el regionalismo dio paso al catalanismo político. Esta realidad debe ser subrayada por sí misma y porque expresa que el cambio profun-do que se ha dado en la sociedad en los últimos años llega, finalmente, a las instituciones y cam-bia la lógica autonómica clásica.

Para mí, la otra gran noticia, en términos históricos, es la caída del mito de la mayoría silenciosa. Con una participación del 77,4% (inusualmente altísima en cualquier democracia), el soberanismo no es desplazado ni tampoco hay sorpasso españolista. Muchos se han sorprendido, como admitía ayer en este diario Joaquín Arango, expresidente del CIS, «que la alta participación no haya beneficiado sólo a los no independentistas». ¿Y qué pensaban? Eso pasa por consumir la propia propaganda como si fuera análisis, práctica irracional y suicida que se está repitiendo a raíz de la lectura de los resultados que se hace, sobre todo, desde Madrid.

Contra ciertas leyendas urbanas y ciertas sumas engañosas, la Catalunya que ha apostado por andar hacia un Estado independiente crece y es el sector mayor y más movilizado. En el 2012, CiU no se había presentado como opción independentista y ahora, en cambio, CDC ha concurrido dentro de Junts pel Sí con un programa por la desconexión. Eso se debe tener en cuenta cuando se hacen comparaciones con los resultados de hace tres años. Las tres fuerzas que ahora -con cinismo- dicen haber ganado el plebiscito que no permitieron suman 52 escaños (Cs, PSC y PP), 1.605.563 votos y el 39.1% ante los 72 escaños (Junts pel Sí y CUP), 1.957.348 votos y el 47,65% de las formaciones proindependencia. Esta es la manera seria de contarlo, porque Catalunya Sí que es Pot (con 11 escaños) y Unió (que no ha entrado) han repetido que no se les ponga en ningún bloque. La suma de estas dos siglas representa 469.364 votos y el 11,45 %, un porcentaje clave de cara a un eventual referéndum pactado. Que nadie se engañe, hay dos datos incontestables: es cierto que el sí no llega todavía al 51% pero el sí es la opción mayoritaria, muy por delante del no y de los que, por ahora, están en el derecho a decidir. El soberanismo ocupa la nueva centralidad y las cifras apuntan que tiene campo para correr, si no comete errores.

En este escenario, antes y después del 27-S, Artur Mas hace la función de rótula. El papel del president, a partir del momento en qué decidió anticipar las elecciones del 2012, ha sido el de hacer de rótula entre un mundo que ha tocado fondo y un mundo que quiere nacer, entre el independentismo que venía de antiguo y el nuevo soberanismo surgido de la conversión rápida de las clases medias, entre las entidades civiles y la esfera institucional, entre la voluntad de la calle y los mecanismos democráticos, entre el lenguaje épico y el gubernamental de quien ha de transmitir confianza, entre el pujolismo enterrado y la extensión de la idea independentista. Las rótulas son partes sensibles que permiten el movimiento. Si la rótula se rompe, todo se complica y se hace difícil andar. Por eso el Estado, los partidos españoles y ciertas élites han señalado a Mas como la figura que debe caer. En Madrid (y en algunos despachos de Barcelona) han identificado la rótula del proceso y es por eso que la Fiscalía presenta una querella y es por eso que el Gobierno rehace la ley del TC a toda prisa.

Nadie es imprescindible y el proceso viene de abajo, en eso todos están de acuerdo. No servirá de nada plantear la investidura como una discusión Mas sí o Mas no, como será poco útil presentarlo como un premio, reconocimiento o blindaje táctico de alguien que se la ha jugado para poner las urnas. Pensar políticamente es pensar en la eficacia de las decisiones. Dado que tanto valor tiene el compromiso de la CUP con sus votantes como el de Junts pel Sí con los suyos, habrá que ir más allá para cooperar. Hace falta aparcar prejuicios, observar los equilibrios reales -en la sociedad- dentro del bloque soberanista y averiguar que le conviene más al proceso para triunfar: Mas no es sólo Mas, es la rótula que incorpora sectores moderados a una apuesta con muchas incertidumbres y el referente principal de unas clases medias sin las cuales no se hará la independencia. De la misma manera que hay electores que proclamaban que nunca votarían una lista con Mas, hay muchos otros que (sin necesidad de decirlo) votaron Junts pel Sí, sobre todo, porque Mas era el presidenciable. Y no se trata de algo vinculado exclusivamente al eje izquierda-derecha, como se piensa erróneamente, sino a las maneras y estilos de realizar la desconexión. Por eso no es casual que no pocos exvotantes socialistas que han optado por Junts pel Sí sean los más convencidos defensores de Mas como president. En todo caso, hacer política es negociar y descubrir que el otro no puede ser reducido, como se hace en los mítines, a simple caricatura.

 

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