05 oct 2015 Pedro, singularment
El miércoles anterior al 27-S, Jordi Basté entrevistó, desde la distancia, a Pedro Sánchez, secretario general del PSOE. Cuando me tocó, le hice sólo una pregunta: «¿Catalunya es una nación?». El candidato socialista a la presidencia del Gobierno se escabulló pero repregunté. Finalmente, y con fórceps, conseguimos saber que el hombre que se postula como alternativa a Rajoy piensa que los catalanes tenemos «singularidades», nada más. Podía haber dicho que Catalunya es una nacionalidad, término vago que aparece en la Constitución del 78, pero ni eso. Singularidades y va que te estrellas. Ayer, entrevistado en las páginas de este diario, el aspirante a la Moncloa respondió lo mismo: «Nosotros hablamos de singularidades». Los entrevistadores lo probaron varias veces, para evitar malentendidos. Nada: el socialista, singularmente, no se salió del singular guión de las sacrosantas singularidades. Catalunya es una singularidad, como los tréboles de cuatro hojas o el desaparecido Copito de Nieve. No se puede decir que no hayamos avanzado: el régimen franquista hablaba de «peculiaridades regionales». ¿Quién quiere ser peculiar si se puede ser singular? Federalismo, lo llaman.
El asunto es bonito porque ilustra perfectamente cuál sería -llegado el caso- el recorrido de la gran reforma constitucional que Sánchez ofrece como bálsamo de Fierabrás. ¿Puede haber reforma constitucional seria que aborde el problema catalán sin previo reconocimiento del carácter nacional de Catalunya? ¿Puede haber tortilla sin huevos? No y no. Desde RAC1, le recordé a Sánchez que, en el Reino Unido, conservadores, liberales y laboristas no tienen problema alguno en reconocer que Escocia es una nación. Y también le recordé que los partidos federales de Canadá aceptan que Quebec es una nación. Dado que eso pone en evidencia el centralismo jacobino del PSOE, prefirió hacerse el sordo. Incluso los exégetas del socialismo oficial -que citan a Klemperer para demonizar el soberanismo- pueden entender que los estrategas de Ferraz están mil veces más cerca de París que de Londres u Ottawa.
Miquel Iceta, entre baile y baile, podría explicarle a Sánchez que el PSC siempre ha mantenido que Catalunya es una nación, algo que debe tener su valor. Y, ya puestos, Iceta y Sánchez podrían reflexionar sobre la relación causal entre los cada vez peores resultados del PSC y el seguidismo que el PSOE hace del PP en esto. La larga marcha del PSC hacia la nada estaba cantada. Jaume Lorés -Iceta sabe quién era- lo pronosticó hace más de treinta años y lo acertó de lleno. La conclusión es rotunda: los dos grandes partidos nacionalistas españoles niegan que Catalunya sea una nación, tesis que comparte Ciudadanos, que es el artefacto que repinta mejor las ideas de la FAES, opción que Sánchez -ignorante o cínico- pone dentro del bloque de los «reformistas».