09 oct 2015 Experiència límit
Francia es el Estado de Europa occidental con un número más elevado de jóvenes que se han marchado del país para unirse al Estado Islámico, más de quinientos. Para intentar frenar este goteo, el Gobierno ha puesto en marcha una campaña de vídeos de testimonios familiares para contrarrestar la propaganda yihadista. Por otra parte, la Administración Hollande quiere incrementar el papel de la escuela en la prevención de la radicalización religiosa y este septiembre ha implantado una nueva asignatura denominada «enseñanza moral y cívica», que subraya los valores laicos de la República, una medida que algunos consideran ineficaz. ¿Cómo se puede plantar cara de manera inteligente a una propaganda que está penetrando con tanta fuerza en los sectores jóvenes?
No nos engañemos: lo que está vendiendo el Estado Islámico a los jóvenes nacidos y crecidos en las sociedades desarrolladas es una aventura, una experiencia límite, para decirlo con un lenguaje comercial muy conocido. Ahora todo es una experiencia, comerse un berberecho, volar en ala delta o seguir el camino del fanatismo. Un viaje, un exotismo, una guerra, una fe inquebrantable, una épica y un martirologio, en caso de muerte: es un pack muy competitivo, casi como si habláramos de un fin de semana en el Pallars Sobirà. Tan competitivo como difícil de desmontar con razones que beben en los valores liberales de las democracias pluralistas. Justamente, el yihadismo se promueve como una causa destructora del relativismo inercial que impera en las sociedades abiertas, identifica el mal con nuestro sistema de vida. Del progreso occidental, de los «infieles», los yihadistas sólo cogen la técnica, para ponerla al servicio de su causa.
El problema del Estado francés es el problema de Europa. Los servicios de inteligencia y los cuerpos policiales deben hacer su trabajo, siempre y cuando los políticos estén a la altura y no hagan partidismo con ello; en este sentido, resultan muy interesantes -y terribles- las revelaciones de Jorge Dezcallar sobre la actitud de Aznar ante los atentados del 11-M. En otro país, las explicaciones del exdirector del CNI provocarían dimisiones y el fiscal general actuaría; aquí no pasará nada. Pero -volviendo al hilo- sólo con policía no hay solución. ¿Y qué se puede hacer?
La seducción de la violencia política es un fenómeno que va y viene. Durante los años treinta, muchísimos jóvenes europeos se apuntaron a totalitarismos de todo color, en nombre de la revolución, de la raza o del imperio. En los años setenta, la violencia volvió a tener buena prensa entre algunos jóvenes del Viejo Continente -esta vez menos, afortunadamente- que querían destruir el Estado capitalista poniendo bombas y secuestrando. Algunos supervivientes de aquella época lo han confesado más tarde: «Nos aburríamos».