04 dic 2015 Numerets i enquestes
Ha empezado una nueva campaña electoral. Poca gente se lee los programas de los partidos y por eso se escriben como se escriben. En cambio, mucha gente mira la televisión y, sobre todo, los espacios llamados de entretenimiento, que es donde quieren salir los candidatos para rascar votos de aquí y de allí. Los asesores saben –porque todos han leído lo mismo– que el candidato debe hacer algunos numeritos para llegar al votante como por casualidad, especialmente al menos politizado y al más indeciso. El numerito es un pequeño show donde el político –en teoría– debe mostrar su “lado humano”, que a menudo acaba siendo su lado más bestia.
¿Cómo se monta el numerito? La operación consiste en reducir al político exhibido a la categoría de mono de feria y obligarle a hacer cosas que demuestren que puede ser tan divertido, sensible y original como nos quiere hacer creer su equipo. Muchas veces, sin embargo, el tiro sale por la culata y el espectáculo pasa del hortera al esperpéntico. Entonces es cuando podemos confirmar que la persona que aspira a ponerse al frente es tan burro, tan torpe y tan simple como siempre habíamos sospechado. A pesar de esta tendencia a naufragar en el ridículo, los numeritos se siguen planificando y ejecutando con la descreída obstinación con que las viejas religiones hacen sus grandes ceremonias, no vaya a ser que los dioses se enfaden.
Queda claro que la batalla por el voto también depende hoy del grado de autoparodia que el candidato quiera y pueda representar ante las cámaras de televisión y los micrófonos de radio. Es la filosofía del friki que convierte su rareza en éxito, adaptada a las servidumbres del marketing político y otros juegos de magia. De lo contrario no se podría explicar la alegría con que Rajoy se presta a comentar partidos de fútbol en una cadena amiga o se deja entrevistar por un cantante en posición de cuñado amistoso.
Al lado de este circo donde el candidato cumple resignadamente la santa misión de transformarse en el idiota que la masa (la multitud, no se ofendan) espera que sea, encontramos las encuestas, contrapunto racional que –bajo la excusa de explorar el futuro– trata de condicionar la selección irracional de aquellos a quienes delegamos la confección de los presupuestos y la lista de prioridades que afectarán la vida colectiva. Se dice que las encuestas son munición y no deja de ser cierto. Pero hay que observar el festival con una mirada más inocente, como la de los nuevos falsos profetas: la encuesta es la metáfora nostálgica y tranquilizante de una política movida todavía por la mecánica de la causa-efecto. El recuerdo con colorines de una galaxia lejana y poblada por certezas efímeras. Por eso recibimos cada nuevo sondeo con la emoción con que de niños abríamos los regalos de los Reyes Magos.