24 dic 2015 Desembussar i eixamplar
Pensar a largo plazo o perder. No hay más. La batalla de las ideas –la que a mí me interesa– siempre es previa al combate estrictamente político. Por eso mi análisis se ubica al margen de lo que pase finalmente con la negociación entre Junts pel Sí y la CUP. Dicho de otro modo: que haya investidura o que vayamos a nuevas elecciones en Catalunya no incidirá mucho en el reto principal del soberanismo, que no es otro que ampliar la mayoría social partidaria de la independencia y hacer crecer un 48% que –como hemos visto– puede bajar, en función de nuevas ofertas más o menos creíbles y de la enorme capacidad del soberanismo de hacerse autogoles.
En Catalunya, es hora de desatascar. Desde la noche del 27-S vivimos una situación esperpéntica fruto de una correlación de fuerzas diabólica dentro del bloque soberanista. La desconfianza patológica de unos sectores hacia la actuación de Mas, la falta más escandalosa de sentido de Estado por parte de ciertos representantes democráticos y una concepción infantil del camino de la desconexión compartida por demasiada gente nos han llevado a un callejón sin salida. Se ha malogrado mucha ilusión, se ha dejado pudrir la victoria ajustada del soberanismo y se ha entrado en un festival táctico y confuso que erosiona los partidos, las entidades y los dirigentes que impulsan la independencia.
Los movimientos de las últimas semanas han sido pésimos, incomprensibles en personas que llevan años en la política institucional. Junts pel Sí tenía que exigir la retirada del veto de la CUP al president Mas para sentarse a negociar. No podía asumir y votar una declaración extemporánea que –digamos la verdad– sólo pretendía ablandar a los cuperos. No tenía que ofrecer un plan de choque que no se podrá pagar. Si la asamblea de la CUP decide decir no a la última propuesta de Junts pel Sí, iremos a elecciones y el soberanismo tendrá que rehacer su relato para no ser víctima de la abstención y el desánimo, como lo ha sido el 20-D. Si, en cambio, los cuperos aceptan investir a Mas, tendremos un Govern debilitado por una negociación humillante, sometido cada día a los caprichos de una minoría imprevisible y lastrado por la necesidad imperiosa de ERC de aparecer como la fuerza hegemónica del soberanismo, aprovechando el desgaste y la desorientación de los convergentes. Todo eso sin contar con el asedio de los poderes del Estado y la presión de los entornos afines a Podemos y Colau sobre republicanos y cuperos, por no haberse cargado todavía al líder de CDC. Si no tenemos elecciones en marzo, quizás las tendremos de aquí un año.
El gran producto del proceso es un 48% que –en teoría– quiere la independencia. Es un producto fluctuante pero no es una moda. Un 48% es mucho pero todavía es insuficiente para poder saltar la pared. Eso obliga a dar prioridad al objetivo de llegar a nuevos sectores, y obliga también a replantear los ritmos de un proceso que adoptó como eslogan una frase tan euforizante como desafortunada: “Tenemos prisa”. Siempre estuve en contra de este lema, también cuando decirlo me convertía en el antipático de turno. Llegar a más ciudadanos debe hacerse partiendo del centro y en todas direcciones, sin paternalismos ni folklores, y no se puede reducir a trabajar únicamente en el córner de extrema izquierda donde ahora hay mucha gente intentando pescar, con o sin el cebo de un referéndum. Susceptibles de sumarse a la independencia son exvotantes de ICV y también del PSC y de Unió. No hay que renunciar a nadie, pero hay que advertir que ciertos discursos pueden enajenar a los soberanistas moderados, una parte de los cuales se quedó en casa el domingo, no porque la CUP propugnara la abstención sino porque no entienden el sentido de lo que se está haciendo desde el 27-S, y porque se sienten abandonados por Junts pel Sí y atacados por los cuperos. Sin estos moderados, el proceso perderá consistencia, centralidad y credibilidad. Como es notorio, los estrategas del PP y del Gobierno han hecho todo lo posible para eliminar a Mas del proceso, a fin de que este se radicalice por los extremos, pierda fuerza por el centro y se rompa. El president es la rótula más valiosa de este movimiento. Por eso el veto de la CUP a Mas es una generosa contribución al éxito de la estrategia del Estado español.
El centro soberanista es la clave de bóveda de una apuesta inteligente por la independencia que exprese la voluntad de las clases medias y populares de hacer un país nuevo donde los minoritarios que tienen miedo a gobernar no dicten a los mayoritarios lo que se tiene que hacer. El centro soberanista ha de ser reforzado a partir de varias operaciones, cuya principal es la demolición de CDC y la construcción urgente de un nuevo artefacto de síntesis que, a partir de una renovación radical de ideas y de caras, reúna gente de muchas sensibilidades. Mas es necesario para derribar las viejas estructuras, tanto si puede gobernar como si no. Y, mientras eso pasa, Junqueras tendrá que competir, tarde o temprano, contra Colau.