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Francesc-Marc Álvaro | El no-conte de Nadal
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25 dic 2015 El no-conte de Nadal

Se bromea mucho acerca de los cuñados y la comida de Navidad (o la cena de la Nochebuena en caso de que, por orígenes familiares, la celebren) porque hay que llenar el vacío de algún modo. Pero, más allá de los tópicos, el cuñado o la cuñada no son lo peor de esta escena, incluso desempeñan un papel necesario para que las cosas fluyan. Además, quien más quien menos es cuñado de alguien y, entonces, deberíamos aplicarnos una severa autocrítica y una no menos rigurosa autovigilancia. No siempre el cuñado es el otro aunque, a veces, haga puntos para parecer un extraterrestre. Seamos humildes: todo el mundo lleva a un cuñado dentro, que se afana por salir y hacer de las suyas. Hay una famosa ley de las relaciones humanas que formuló el eminente Ros Lasalas: “Todo individuo obligado a sentarse a la mesa más de tres horas en una comida familiar es susceptible de convertirse en cuñado o cuñadísimo”.

Pero el cuñado y sus derivados sólo es una manera convencional de no hablar de lo que da miedo. Y lo que da miedo son las horas del día de Navidad entre la gran comida y la noche, aquella tarde que va perdiendo gas, aquella noche en que regresan algunos fantasmas, las horas de preocupaciones entre el algodón y el papel de lija, el cielo interior, hecho de cristal ahumado que tratamos de no romper. La gente que no quiere calentarse la cabeza salva esta dura prueba acudiendo a una función dels Pastorets o algún concierto amable, manera inteligente de llegar sano y salvo al final de una jornada con curvas peligrosas. Siempre hay redes de seguridad, puertas de emergencia que vamos abriendo encima del estupor, algo que ignoran los que quieren cambiar todas las tradiciones por decreto. El poeta lo dijo mejor que nosotros cuando habló de “la simbomba fosca”.

Años atrás, me preocupaba si el belén de la plaza Sant Jaume era una chapuza, ahora no es mi guerra. Allá ellos. Podrían poner una escultura de cagarrutas y me quedaría tan ancho. Dejo que los cuñados militantes comenten estas cosas, ellos que siempre dicen que hay que suprimir todas las tertulias de radio y de tele, pero las escuchan con religiosa costumbre. Años atrás, se publicaban artículos y cartas de lectores sobre la autenticidad de la Navidad y los excesos comerciales, ahora hemos asumido que vale más disolverse en las luminarias, cambiar la disidencia convencional por una indiferencia operativa y modulable. La autenticidad es difícil de establecer en una época como esta, cuando el negocio de la revuelta exprés tiene tantas franquicias.

Vendrán los cuñados como las muñecas de Famosa y los pondremos en el belén, al lado del buey y la mula, vigilantes de un viejo relato que –cuando nos cae la careta del escepticismo– repetimos en voz baja. Para quitar todo el dolor del mundo, que es la única certeza.

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