07 ene 2016 No és un frau
El proceso soberanista se ha detenido y se puede decir que, de la manera como se había planteado desde el 2012, ha fracasado. Este fracaso tiene que ver, sobre todo, con los ritmos y la articulación política concreta de un movimiento social de gran dimensión, no con la dirección y el objetivo de este proyecto, que sigue siendo perfectamente válido en la medida en que no hay ningún cambio en la concepción del poder y de la organización territorial en el Estado español.
Tengo escrito que un gran error de Mas y los convergentes ha sido engañarse sobre la naturaleza de la CUP, pero todavía hay un error más grave y mayor, y es haber confiado en Junqueras, dirigente que ha descollado en decir unas cosas en público y otras en privado. Atrapado entre fanáticos puristas y socios desleales, Mas ha buscado una investidura imposible cuando debería haberse negado a negociar mientras el veto a su persona no fuera levantado. Los consejos amistosos de la dirección de ERC a los cuperos –puenteando a CDC– no contribuyeron precisamente a allanar el terreno durante estos tres meses agónicos. Asimismo, es un secreto a voces que hace tiempo que el líder republicano se presenta, en varios despachos del poder barcelonés, como el hombre fiable dispuesto a “devolver las cosas a su sitio” cuando Mas caiga, porque asegura que “nosotros no tenemos prisa, somos los independentistas de siempre y no debemos demostrar nada, como hacen los convergentes”.
Además de todo eso, y como ha remarcado acertadamente Agustí Colomines, otro error fatal de la dirección de CDC ha sido “tomar decisiones tácticas sobre cuestiones estratégicas. El menosprecio hacia el pensamiento político se paga muy caro. No hablo de ideología, que es el típico recurso de los que no saben qué proponer, sino de un pensamiento holístico que ponga la táctica al servicio de una estrategia”. En este sentido, me permito añadir que puede pasar lo mismo con la necesaria demolición de CDC y la reconstrucción urgente del centro soberanista. Lo he escrito decenas de veces pero hay muchos que se hacen el sordo, porque hay demasiados capitanes preocupados en su suerte personal y en la reyerta interna, en vez de repensar con inteligencia una opción que plante cara al nuevo populismo izquierdista que llega. Sin caras e ideas nuevas, no se puede hacer nada.
Más allá de estas circunstancias –poco gloriosas– han aparecido los comentaristas que intentan presentar el fracaso del proceso como “un fraude”, calificativo que una alma de cántaro de la CUP expresó mediante un tuit y que ha sido repetido por otros con el entusiasmo de los sepultureros. Pienso que, además de ser una falacia, es un terrible error de análisis considerar un fraude todo lo que ha pasado en Catalunya desde el 2010, cuando el TC se cargó el Estatut que habían aprobado los catalanes. Un fraude es un engaño orquestado para obtener una ventaja. Esta tesis no es nueva, empezó a circular a partir del 2012, cuando Mas anticipó los comicios después de la gran manifestación de la Diada. La mayoría de la prensa de Madrid y algunos medios de Barcelona quisieron liquidar el problema con este marco de interpretación, según el cual un movimiento social único en Europa, pacífico y transversal, no era más que una táctica del líder de CDC para esconder las miserias de su partido envolviéndose con la estelada. Esta tesis se ha mantenido, incluso cuando el president y dos conselleres de su Govern han sido objeto de una querella impulsada por la Fiscalía General del Estado.
Se pueden y se deben criticar los errores estratégicos y políticos del proceso, y tenemos que hacerlo sobre todo los que no hemos escondido que queríamos que este proyecto llegara a buen puerto. Es necesaria la autocrítica porque se trata solamente de una batalla perdida, no de una derrota irreversible. Nunca el independentismo había alcanzado un apoyo tan grande, aunque debe crecer mucho más todavía. Tenemos que extraer lecciones de todo lo sucedido, para cuando se pueda reanudar la marcha. Hay que ser apasionadamente fríos en esta tarea, no lamernos las heridas. Dicho esto, no podemos aceptar el relato según el cual el proceso ha sido un fraude, una farsa, una fantasía, tesis de muchos de los que han hecho todo lo posible para bloquearnos. Un poco de respeto.
No ha sido un fraude la movilización de miles de personas que han salido a la calle a exigir un país nuevo y poder votar. No ha sido un fraude la labor de entidades como la ANC, Òmnium y la AMI, que han hecho red por todo el país, en medio de presiones incontables. No ha sido un fraude el compromiso de muchos políticos de todo color que han asumido el clamor de una parte central de la sociedad catalana, incluidos los que se han convertido a la independencia en los últimos años, como Mas y otros. No ha sido un fraude el trabajo riguroso del CATN y Carles Viver. No ha sido un fraude la atención internacional que ha suscitado el caso catalán. Lo que ha pasado es real y se equivocará quien piense que la idea de la independencia ha muerto.