08 abr 2016 Trampes a balquena
Los papeles de Panamá ilustran aquel funcionamiento del mundo que todo hijo de vecino cree saber y pocos pueden demostrar. Digámoslo de otra forma: se trata de información que permite considerar útil el principio de sospecha sobre unos poderosos y famosos que tienen al alcance la posibilidad de organizar su supervivencia alegre a partir de unas reglas de juego que no son las de la gente normal, sometida a unos controles que nos hacen virtuosos a la fuerza, en la medida en que ponen muy difícil el tipo de delitos que ellos –ciertos miembros de las élites– pueden cometer con una inercia y tranquilidad espectaculares. En ellos, el delito sólo es una forma de productividad –digamos– heterodoxa y creativa.
Hasta aquí nada nuevo. Lo que ahora hay que observar es cómo se transforma el escándalo en responsabilidad. Los papeles de Panamá tendrán un impacto desigual sobre la realidad aunque el periodismo unifique en un único gran relato personajes, actos y circunstancias de una gran variedad. La dimisión del primer ministro de Islandia no debería conducirnos a un exceso de optimismo sobre la efectividad inmediata del exorcismo mediático que deviene una especie de justicia exprés sin intervención de los tribunales.
El periodismo tiende a presentar los nombres que aparecen en los papeles de Mossack Fonseca como figuras de un belén global, y eso rompe la ley del periodismo –como lo hicieron los documentos de Wikileaks– que subraya la singularidad de cada historia. Las peripecias y excusas de los personajes relevantes de la política, la empresa, el deporte y la cultura que forman parte de este retablo quedan diluidas –para bien y para mal– en el magma. Repito: el mandatario islandés actúa como excepción y chivo expiatorio de una fábula donde el exceso de notables desdibuja el interés. Las trampas a granel adquieren un aspecto irreal, saturan la recepción y nos alejan de la curiosidad. El periodismo define aquí una causa general, pero comprendemos mejor cuando podemos acercarnos a cada tejemaneje como si fuera el gran hecho del día. Las trampas de los unos relativizan –quizás– las trampas de los otros.
La mayoría de notables que aparecen en los papeles de Panamá niegan la mayor. El periodismo pasará el testigo a los inspectores de Hacienda y, entonces, sabremos hasta qué punto los gobiernos contemporáneos son o no los mecánicos ciegos de unos estados que, entre otras funciones, se dedican a asegurar que las empresas nacionales obtengan contratos suculentos en lugares como, por ejemplo, Panamá. Si las razones de Estado pueden borrar un país de la lista de paraísos fiscales, resulta desconcertante poner a eficientes funcionarios a perseguir lo que se decretó que nunca había existido. Panamá era un no lugar y ahora hay que volver a pegarlo en el álbum del lado oscuro.