25 abr 2016 Qui acabarà manant?
La memoria no es el material principal al hacer política, eso es sabido. Se trata de una realidad universal con la que hay que contar, guste más o menos. Pero habría que evitar que el olvido a gran velocidad desfigure exageradamente los relatos que –con más o menos acierto- dan consistencia a las decisiones públicas. Lo digo a raíz de los debates y conjeturas sobre el liderazgo del proceso soberanista y la presidencia de Puigdemont. Uno de los efectos del paso a un lado de Mas para salvar la legislatura fue el cambio en la naturaleza de la dirección del proceso: pasamos de un president converso al soberanismo a un president independentista de toda la vida. De un president que se parecía a la mayoría social moderada y cabreada a un president que formaba parte de los convencidos de siempre.
Me sorprendió la rapidez con que quitamos importancia a este dato cuando Puigdemont fue investido. Si es cierto que el proceso que vive Catalunya desde 2010 es un desplazamiento de la centralidad producida por la conversión de muchos autonomistas a la secesión democrática, la salida de escena de Mas fue –en buena lógica- un movimiento que puede dejar huérfanos a una parte significativa de los que levantaron la estelada. Para el votante de orden cansado de los agravios de Madrid, Mas era la posibilidad de una independencia sin balcones inflamados. El protagonismo de figuras como Comín y Baños, al lado de la de Mas y otros, certifica que los conversos son la clave del crecimiento de una idea que había sido minoritaria.
En el otro plato de la balanza, la llegada de Puigdemont a la presidencia permitía mostrar una CDC menos vinculada al pujolismo, ensayar una colaboración –en teoría- más fácil con Junqueras y abordar una negociación más desacomplejada con la CUP. El que había sido alcalde de Girona aportaba aire fresco. Considerando que recibía un Ejecutivo que él no había elegido y una hoja de ruta escrita por otros, lo único que podía hacer Puigdemont era subrayar su estilo: menos solemne, más juvenil y con un uso del lenguaje menos cauteloso que el de su predecesor. Tres meses después de su aterrizaje, la versión oficial sigue siendo que Puigdemont ha venido a hacer un trabajo temporal. Obviamente, eso cuesta mucho de creer.
¿Cómo influirá todo esto en el liderazgo del proceso y del Govern? Todavía es pronto para saberlo y los datos del 20-D como los de unos nuevos comicios no permiten adivinarlo. ¿Y cómo influirá Puigdemont en la refundación (o como lo llamen) de CDC? Dependerá mucho de lo que Mas decida sobre su papel, más que de las batallas entre familias. Hay una contradicción enorme que sobrevuela este panorama: Mas es el único que tiene una autoridad indiscutible ante todos los sectores del partido, pero el mantenimiento de su liderazgo frenaría la consolidación del de Puigdemont. Todo no se puede tener.