28 abr 2016 El circ dels intransigents
Si hoy se recuperan las declaraciones que varios políticos y periodistas hicieron desde Madrid sobre la situación catalana antes de que Artur Mas diera un paso a un lado y se aplican al panorama español, la sonrisa es inevitable. Se daban lecciones de responsabilidad a granel porque estaba cantada la repetición de las elecciones catalanas. Sirva como a ejemplo lo que decía Antonio Hernando, portavoz del PSOE en el Congreso: “Mas ha fracasado y ha puesto en ridículo la Generalitat. Si hay nuevas elecciones, él es el responsable”. Aquí, sin embargo, en el último minuto se encontró una solución para evitar pasar la pelota a los electores. La política –a pesar de la fatiga- acabó funcionando y se formó gobierno.
Ahora, que ya sabemos que los comicios españoles deberán repetirse, ¿qué se dirá de figuras como Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera? Es obvio que los cuatro han fracasado estrepitosamente, han puesto en ridículo las instituciones españolas y son responsables –cada uno en la proporción que le toque- de lo que The New York Times ha calificado de “circo”. En otras democracias más asentadas, Rajoy y Sánchez presentarían su dimisión y serían sustituidos por dirigentes que puedan transmitir credibilidad.
Efectivamente, a día de hoy, la política de Madrid es un circo de intransigentes bloqueados por una incapacidad patológica para mirar más allá de los intereses de parte y la táctica a corto plazo. Unos intransigentes que aparecen como cínicos y fanáticos a la vez: cínicos en tanto que promotores de gesticulaciones pactistas vacías de toda voluntad real; fanáticos en tanto que practicantes de una exclusión del otro que hace imposible el diálogo, tendencia esta que –como sabemos muy bien los catalanes- hace que los conflictos políticos más importantes se enquisten o pasen a manos de los jueces. Desde Madrid se decía –y todavía se dice- que el soberanismo ha creado un frentismo que impide el normal funcionamiento de la vida pública en Catalunya. La realidad es que el verdadero frentismo, el que hace estéril todo lo que toca, es el frentismo que envenena las relaciones entre los cuatro partidos principales de ámbito estatal, los viejos y los nuevos. A este frentismo también se le puede llamar “guerracivilismo” y es una forma particular de antipolítica que siempre vuelve.
Los meses que han pasado desde el 20-D han servido para observar algunas cosas. Primera: hemos comprobado que los líderes de la supuesta nueva política tienen tics idénticos a los de los partidos tradicionales, que su concepción del poder y del interés general no es muy diferente de lo expresado por aquellos que gestionan organizaciones con una larga historia. Segunda: hemos comprobado que los discursos de Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera tienden a tratar a la ciudadanía como un menor de edad a quien hay que explicar fábulas de todo a cien, con simplificaciones paternalistas que son inadmisibles desde el punto de vista intelectual y cívico. Y tercera: hemos comprobado que la cultura política española no está preparada para jugar más allá del bipartidismo forjado a partir de 1977, sobre todo porque todo el Estado democrático basa su estabilidad en un reparto tácito entre dos marcas políticas y sus leales servidores; dicho de otro modo, el poder duro no acepta fácilmente un nuevo equilibrio a cuatro porque eso implicaría que unos deben ceder control, privilegios e influencia a otros. La alternancia PP-PSOE se producía sin cuestionar determinadas inercias en las zonas más sensibles del Estado y sus ramificaciones.
El sistema político del 78 sufre una crisis grave y necesita ser reparado. El fracaso para constituir una mayoría gubernamental después de las últimas generales nos dice que esta crisis es más profunda de lo que parece, amplificada por unos liderazgos inconsistentes y la falta de un proyecto de país que –partiendo del realismo más sincero- pueda cohesionar y generar entusiasmo. Mientras el PP y el PSOE son prisioneros de un profesionalismo político desgastado por el conservadurismo y la endogamia de las cúpulas, Podemos y C’s han dejado claro que la promesa de una reconciliación con la política no se puede traducir en trucos copiados a los mismos que se aspira a vencer y sustituir. Iglesias y Rivera han envejecido rápidamente durante estos meses de sainete negociador, han perdido aquel presunto frescor que, según se decía, les distinguía de Sánchez y Rajoy. Los discursos de los emergentes recuerdan hoy el sonido de lata oxidada de los discursos de los instalados.
El circo político de Madrid es ahora un problema también para Europa. Las elecciones del 26 de junio se harán precedidas de una campaña dominada por los reproches y las coartadas del superviviente, un espectáculo de previsible vuelo gallináceo aliñado con excusas de mal pagador, disculpas condescendientes y los nervios mal disimulados de las élites que querían una salida por la puerta de atrás. Los momentos surrealistas de la política catalana –ciertamente intensos- han sido superados por las escenas grotescas de la política española.