29 abr 2016 Si ets ric, tranquil
Me había prometido no escribir nunca más de mascotas, de los que tildan de nazis a la gente que pide votar y del incivismo en Barcelona. Todo ya está dicho al respecto. Pero Francesc Canosa, emisor de ideas inesperadas, me obliga a romper la promesa al proponer -desde el Ara– una Feria del Incivismo, al estilo de otras como Construmat o Alimentaria, que tiene lugar estos días. El cronista de Ponent ve este acontecimiento como un encuentro de todos los profesionales del ramo “autóctonos y extranjeros ejerciendo libremente”. ¿Por qué no? Llega un día en qué –como dicen los gurús que quieren resolverte la vida- debes convertir tus desgracias en éxitos. Seamos la ciudad de los cafres, pero seámoslo con el máximo rigor y profesionalidad. No nos limitemos a la cosa amateur de copular en una estación de metro una noche primaveral: investiguemos, innovemos, seamos punto de referencia y, sobre todo, creemos una marca fuerte, no vayamos a perder –por ejemplo- el turismo de borrachera por causa (paradójicamente) de la permisividad de nuestro belén. Con tanta ausencia de límites, empieza a ser aburrido beber, gritar, mear y vomitar por las calles del Gòtic, el Eixample y Gràcia. Si enaltecemos la idiotez, que sea trabajándonos la plusvalía, como toca.
Llevado por el entusiasmo que me genera la creatividad comercial del colega Canosa, me doy cuenta de que me está saliendo una columna demasiado sarcástica. Parecerá que soy de los que piensan que el incivismo es un problema que merece atención y soluciones. Esto es peligroso. Porque hay cabezas pensantes que consideran que hablar de incivismo es un hábito conservador (reaccionario, quieren decir) y una estrategia de la derecha maligna para demonizar un gobierno municipal de izquierdas y simpático. Sostienen, estos oráculos, que el foco mediático sobre el incivismo es también un tic pequeñoburgués de tietas convergentes que no comprenden el signo de los tiempos y de botiguers que añoran la mano dura. ¿Incivismo? Llámenlo creatividad, tontos, y admiren como fluye la vida (y los orines).
La realidad –empírica, material y concreta- es que el incivismo es un problema importante que castiga la mayoría social que no puede blindarse en los barrios ricos, la que utiliza los transportes públicos, la que no puede pagarse seguridad privada, la que no tiene escapatoria ante el bestia de turno. Las clases populares –para decirlo con el léxico preferido de los que gobiernan Barcelona- son las que sufren el incivismo. Por eso afirmo que perseguir, denunciar y castigar a los incívicos es un ejercicio de progresismo militante. Y no hacerlo, en cambio, es estar lejos de la gente, ser cínico y trabajarse el aplauso del mandarín progre que escribe desde el Upper Diagonal, lugar donde –por cierto- la selva incívica no acostumbra a llegar.