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Francesc-Marc Álvaro | L’home improbable
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06 may 2016 L’home improbable

El éxito de Donald Trump en las primarias del Partido Republicano es la fábula perfecta de la política contemporánea: he aquí que, contra todo pronóstico, la figura más extrava­gante alcanza la meta y será candida-to a la presidencia de la primera potencia democrática. Trump era el hombre improbable, tratado con menosprecio y cachondeo por el establishment y los analistas, el típico millonario que dice “yo sí haré fun­cionar este país”. Pero el hombre improbable ha roto la narrativa que le condenaba a quemarse como friki de lujo y, finalmente, se enfrentará a Hillary Clinton, la candidata demócrata que encarna todo lo que los potenciales votantes de Trump odian: los precarios equilibrios de un sistema que consideran que les ha fallado. Trump no es el primer outsider extravagante en esta carrera, pero sí es el que ha llegado más lejos.

Si he leído bien las crónicas de Jordi Barbeta y otros corresponsales, el atractivo principal de Trump radica en todo lo que no es: no es un político profesional, no es un orador sofisticado, no es un estadista, no es un líder de visión, no es un practicante de la corrección política, no es un ideólogo sólido, no es un luchador heroico… Es un tipo que habla exactamente como los electores que quiere pescar y ha conectado con lo que podríamos llamar “el americano blanco de clase media empobrecido y cabreado”. Trump es vulgar, machista, xenófobo y homófobo, y ataca a las élites de Washington DC. Es el hombre de negocios que promete gestionar las cosas de la República como las cosas de una empresa, falacia clásica –pero eficaz– que hemos escuchado decenas a veces y que elude una verdad tan dura como innegable: el tipo de decisión que toma un gobernante no tiene nada que ver con el tipo de decisión que toma cualquier otra persona, incluidos los que están al frente de grandes firmas industriales y financieras. Y el tipo de responsabilidad de un jefe de gobierno no es –ni de lejos– el tipo de responsabilidad que tienen los propietarios y los altos directivos de una corporación dedicada a producir bienes o servicios. Por eso muchos se inquietan ante la posibilidad de que Trump se siente en el despacho oval.

Pero esta historia no va sobre el populista Trump. Va sobre los que lo despreciaron, los que no hicieron bastante para detenerlo a tiempo, los que no previeron este escenario, los que no supieron escuchar las quejas de una parte de la sociedad, los que aplicaban el piloto automático a la realidad. Trump llena un espacio que alguien ha abandonado, y lo hace con simplificaciones y propuestas a la defensiva, consignas pensadas para arraigar en el desconcierto ante cambios que cuestan de entender. Trump ya no es improbable y me hace gracia que –desde aquí– nos miremos esta película imprevista con la pose del que se siente muy superior.

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