19 dic 2016 La presó de Prat
El TC puede acabar inhabilitando a cuatro miembros de la mesa del Parlament, los tres de Junts pel Sí y el de Catalunya sí que es Pot. Después del reciente capítulo con Carme Forcadell como protagonista, llega un nuevo episodio de presión del Estado contra la mayoría democráticamente representada en la Cámara catalana. La vía de coerción judicial contra los políticos y partidos que piden el referéndum (no sólo contra los independentistas) no se detiene. El planteamiento de Rajoy y del PP es muy claro: presionar al bloque soberanista buscando dos efectos: incrementar las divergencias internas y alimentar el miedo en cargos electos y funcionarios. La gesticulación de un diálogo vacío es la salsa que acompaña la exhibición de fuerza.
Al ver a la presidenta del Parlament en el TSJC, he pensado en Enric Prat de la Riba. Del president de la Mancomunitat, tenemos hoy una imagen de hombre de orden, ideólogo y gobernante moderno. Pero se desconoce que el joven Prat fue encarcelado en 1902, por su condición de director de La Veu de Catalunya, portavoz de la Lliga Regionalista. Prat
se sometió a un consejo de guerra a raíz de la reproducción en el diario que dirigía de una carta publicada en L’Indépendant, de Perpiñán, firmada por los dirigentes de un sindicato vitícola que especulaban con una Catalunya libre.
La huelga general de febrero de aquel año en Barcelona había comportado la declaración del estado de guerra y los militares tenían poderes excepcionales. La intención de Madrid era evidente, como han explicado los historiadores Albert Balcells y Josep M.ª Figueres: castigar de manera ejemplar al emergente catalanismo político que había roto el dominio caciquil de los dos partidos dinásticos al ganar la Lliga las elecciones de 1901. El catalanismo era un actor que amenazaba los fundamentos carcomidos de la Restauración. El proceso contra Prat pretendía criminalizar un movimiento que cuestionaba un régimen moribundo, quería atemorizar a las clases que se sumaron al catalanismo y, por encima de todo, buscaba frenar un nacionalismo moderado que era la nueva política. Ayer y hoy, Madrid sabe que es más peligroso un dirigente encorbatado explicándose datos en mano que un grupo quemando fotos del rey.
Prat no era independentista pero el Estado lo presentó como tal. La pérdida de Cuba y Filipinas era un trauma que hacía ver fantasmas. Acusado de “delito de rebelión”, Prat –que entonces tenía 31 años– sufrió prisión entre el 2 y el 7 de abril. El proceso, finalmente, fue sobreseído. Aquella experiencia, a pesar de su brevedad, marcó profundamente al líder nacionalista y dejó secuelas importantes en su salud. La maniobra contra Prat consiguió el efecto contrario esperado por Madrid: el catalanismo creció más todavía y se convirtió en la única propuesta de regeneración creíble. Santamaría no tiene asesores históricos.